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Buenos Aires se ve tan suceptible

Me verás volver, me verás volver a la ciudad de la furia”.

En julio de 1995 mi madre vino a la Argentina para asistir a un congreso de mujeres bautistas que se celebró en la ciudad porteña de Buenos Aires. Yo no pude asistir porque estaba muy embarazada de Juan Carlos, mi segundo hijo, quien nacería el 17 de agosto de ese mismo año. A su regreso a nuestro país, Mamá llegó emocionada, llena de historias de una ciudad mágica, hermosa, vital. Buenos Aires le encantó, con sus viejas calles, historia y costumbres, con el tango que se escucha y se baila en las plazas, con su gente nerviosa y conflictuada por un país en constante crisis. Yo escuchaba su relato con envidia, con ganas de conocer una ciudad que imaginaba inigualable. (Y mira, no me equivoqué). A más de 25 años de esa visita, Juan Carlos (ese bebé que estaba pronto a nacer cuando su abuela viajó al Cono Sur) ahora vive en Buenos Aires.

Llevo dos semanas en esta ciudad y no me había aventurado a escribir sobre ella porque creo que no es un lugar fácil de asimilar. Además de tener demasiadas expectativas, Buenos Aires me apabulló con su lista incesante de lugares imperdibles, edificios históricos imponentes, y espacios urbanos abarrotados y aprovechados al máximo. La ciudad cuenta con largas y anchas avenidas por doquier, una más importante que la anterior, con tráfico ensordecedor y un comercio variado. Es un lugar en constante movimiento, inmerso en una actividad humana vital que invade todos los sentidos. Sí, Buenos Aires es fascinante.

Una de las cosas más impresionantes de esta ciudad es su transporte público, que tiene una presencia 24 horas al día, los 7 días de la semana, para el disfrute de sus habitantes. Los autobuses circulan por cada calle, identificados con grandes números al frente, los cuales recorren largas rutas por los rincones recónditos de toda la urbe. Hay tantas maneras de llegar a casa en bus que tener carro parece un lujo totalmente prescindible. Otro medio de transporte, este sí imprescindible, es el subte. El metro cuenta con seis líneas interconectadas, cada una de ellas con personalidad y vida propias. Algunas estaciones rinden honor a próceres, otras a países, estados o ciudades (Venezuela, Carabobo, Río de Janeiro) y otras rememoran episodios tristes que no se pueden olvidar en el pensamiento colectivo.

Este es el caso de la estación 30 de diciembre, ubicada en Once, uno de los lugares más populosos y caóticos de Buenos Aires. El 30 de diciembre de 2004, algunos empresarios impulsaron un concierto en una discoteca llamada República Cromañón, a la que asistieron una multitud increíble de jóvenes, sin control del aforo y los protocolos de seguridad más básicos. Esa noche se desató un incendio que dejó un saldo de 194 muertos y un poco menos de 1.500 heridos, una tragedia que enlutó a todo el país. La estación “Once – 30 de Diciembre” tiene dibujados cientos de zapatos deportivos con la leyenda MEMORIA – VERDAD – JUSTICIA, y los nombres de los jóvenes que murieron allí. Un sentido homenaje en un paso de Subte importante y sumamente concurrido.

Como ya mencioné, Buenos Aires cuenta con imponentes avenidas. La Avenida 9 de Julio, en pleno centro de la ciudad, es la más ancha del mundo, con 140 metros. Atravesarla es un ejercicio de control incesante, marcado por numerosos semáforos peatonales que dan descanso y respiro a quien se atreve a pasarla de un lado a otro. Esta avenida también es famosa porque aloja el ícono inconfundible de la ciudad, el Obelisco, ubicado en la reconocida Calle Corrientes y enclavado en la Plaza de la República. A este monumento lo rodean hermosas jardineras y posee inscripciones en honor a las dos fundaciones de la ciudad (1536 y 1580), a la designación de Buenos Aires como Capital Federal (1880) y a la primera vez que se izó allí la bandera nacional.

Encontrarse de frente, en vivo y en directo, con monumentos que sólo se han visto por fotos es una experiencia sobrecogedora. Me pasa todo el tiempo. Como cuando vi la sede de la “Biblioteca Nacional Mariano Moreno”, con su arquitectura brutalista tan característica y su parquecito inicial, llamado “Rayuela” en honor a Julio Cortázar. O cuando visité “El Ateneo Grand Splendid”, antiguo teatro de la ciudad, convertido en una maravillosa librería que aún conserva toda su arquitectura interior. O el “Cementerio de Recoleta”, que merece una reseña completa en este blog. Esos monumentos icónicos, como El Obelisco, me paralizan, me empequeñecen, me hacen sentir muy pero muy afortunada de ser testigo de algo importante. ¡Qué ciudad ésta la de Buenos Aires!

Cuando visito lugares así, me gusta observar a la gente local, para ver si ellos se percatan de cuan monumentales son los espacios urbanos que ellos habitan. Y no… Las personas que pueblan a diario estos lugares tan especiales están totalmente desapercibidas de aquello que los rodea. Y yo allí, mirando aquello que me cautivó en un libro y que observo con detenimiento, como queriendo absorber la estampa para no olvidarla nunca más.

En algún lugar leí que por seguridad los turistas no deberían delatar su estatus de visitantes, para evitar ser víctimas de taxistas inescrupulosos o trabajadores de la industria turística que pudieran aprovecharse de los incautos visitantes. Pero en Buenos Aires esto es completamente imposible de lograr… Porque es que vas por sus calles y el asombro te atrapa, la belleza te cautiva, la vida incesante te sobrecoge de tal manera que no te queda otra cosa que caer rendida ante la magia de una ciudad llena de furia y caos. Una experiencia totalmente fascinante.

Ya continuaré con este recorrido por Buenos Aires. Lo que he hecho es rasguñar la superficie.

Por Francis Sanchez

Hola, soy Francis. Me gusta escribir y creo que lo hago bien. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre temas biblicos, ya que trabajo como voluntaria Sociedades Bíblicas Unidas de Venezuela.

Estoy casada y tengo dos hijos adultos. Mi hijo mayor siempre me ha impulsado a escribir y publicar. De hecho, este blog es su regalo de cumpleanos para mi

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