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Un domingo como pocos

“Easy like Sunday morning”. The Commodores

Siempre he escuchado esa canción de The Commodores y pienso que, definitivamente, Lionel Richie no es evangélico… ¿Cómo es eso de “relajado como una mañana de domingo”? Para mí los domingos siempre han sido estresantes y movidos. Nunca he podido desayunar tarde y leer una novela, o hacer un crucigrama dominical. Siempre estoy en una preparación frenética para desayunar a millón, vestirme con mis mejores trapos y salir volada a la iglesia. ¡Eso no tiene nada de relajante ni tranquilo, Lionel! 

Sin embargo, gracias a las bondades de una misa a media mañana y un día de paseo sin mayores planes, pude disfrutar de uno de los mejores domingos de mi vida, aquí, en Montevideo. El día comenzó a eso de las 8:30 con un desayuno en casa… A Roger y a Valentina les gusta desayunar sólo los fines de semana. El clima estaba perfecto, así que me puse un hermoso y femenino vestido de flores diminutas, mis zapatos de caminar y nos fuimos a misa. Sí, a misa. ¡Ya habrá tiempo de ir a un culto!

La Parroquia San Juan Bautista queda a solo unas cuadras de casa, así que caminamos hasta allí sin prisas, pues era la misa de 11. La iglesia es preciosa, como todas las iglesias católicas. Tiene un atrio central hermosa y profusamente decorado y un altar sobrecogedor. Para mi sorpresa, tanto el Padre como los acólitos no estaban en el altar a nuestra llegada. Ellos entraron con mucha parsimonia una vez todos los feligreses estuvieron sentados. Era el primer domingo de Adviento y, entre muchas cosas, se encendió una de las 4 velas de una hermosa corona decorada para tal ceremonia. La homilía fue corta, se hicieron lecturas formales de las Escrituras, se anunció el inicio de Adviento, se rezó al unísono y nos dimos la paz con un miedo aséptico… Nadie se tocó. (¡Esta pandemia!). Finalmente tuvo lugar la Eucaristía, donde la mayoría de los asistentes hicieron fila y recibieron la santa hostia. 

¡Claro que no es la primera vez que voy a misa! Las veces que he asistido me ha gustado la libertad de poder observar todo con tranquilidad, porque realmente es muy poco lo que participo. Me gusta ver la devoción de la gente, la reverencia y el respeto que creo que ya no se tienen en las iglesias evangélicas. Escucho los rezos, la participación antifonal, la liturgia formal. Me siento como un sociólogo de la religión, un ser externo que absorbe todo y decanta con cuidado lo que experimenta. ¡Cuánto respeto y parsimonia hemos perdido en nuestras iglesias!

Luego de tal recogimiento espiritual, nos fuimos al parque. Cada ciudad tiene al menos uno… Valencia tiene el Fernando Peñalver y el Recreacional Sur. Caracas tiene el del Este, y el del Oeste también. En Roma está el Villa Borghese, en Lima el de La Reserva, Madrid cuenta con El Retiro, y por supuesto, está el más icónico de todos, el Parque Central de la ciudad de Nueva York. Pues, Montevideo tiene el Parque Rodó. Fuimos allí principalmente porque el lugar queda a una distancia equidistante entre la Facultad de Ingeniería y la Facultad de Arquitectura, espacios donde Roger y Valentina debían votar por los directivos del Seguro Social del Uruguay. 

El Parque Rodó es un gran espacio verde, completamente abierto, que está ubicado a las afueras de su barrio homónimo, muy cerca de Playa Ramírez, uno de los sectores más populares de la Rambla. Fue nombrado así en honor a José Enrique Rodó, importante escritor y ensayista uruguayo, cuyo monumento se encuentra en la parte sur del parque. Tiene un lago artificial con barquitas de pedal, un museo y una biblioteca infantil, los cuales estaban cerrados por la pandemia. Además, los domingos tiene una feria de ventas encantadora, que visitamos, por supuesto. Tiene varios restaurantes alrededor (con el omnipresente McDonald´s), en uno de los cuales almorzamos. También tiene varios camiones donde venden “panchos”, los perros calientes rioplatenses, deliciosos en verdad.

Allí, en el Rodó, vimos un espectáculo de un artista callejero que hizo la delicia de todos los que estábamos allí. Presentó una rutina que llamó “Obra en Construcción”, donde hacía maromas con martillos y taladros, muy diestro la verdad. Pero lo que más me gustó es cómo enseñó a la audiencia a interactuar con el espectáculo. Él se colocó en el centro de un espacio libre, cerca del camión de panchos, y comenzó a hacer torpezas, al ritmo de una música alegre. La gente no se enganchaba con el hombre… Entonces, el payaso empezó a mostrar toda su parafernalia, y exigía reacciones del público. Todos debíamos gritar “eeeeehhhhhh” y aplaudir si algo nos gustaba, ooooohhhhh si algo nos asombraba, y bbbuuuuuuhhhhh si algo no nos agradaba. En ese ejercicio mantuvo a la audiencia hasta que aprendimos a reaccionar adecuadamente a todo lo que él hacía. No comenzó su rutina hasta asegurarse que todos estuviéramos enganchados a cada uno de sus movimientos. Fue algo sumamente divertido. 

Ese payaso me hizo reflexionar en cuanto a la importancia de mantener una actitud positiva ante los triunfos y los fracasos de la vida, y más resaltante aún, a no perder la capacidad de asombro. Estamos en una época donde emitir una opinión (o Dios nos libre, emitir un juicio) es algo “políticamente incorrecto”. Hoy se teme ofender al otro, se evita poner sobre el tapete los fracasos, se obvia la torpeza. Tampoco mantenemos la frescura del asombro, ya nada nos agarra de sorpresa, la risa fácil se disfraza de respeto mal entendido. ¿Qué ha sucedido con los eeeehhhh, ooohhhh y bbuuuhhhh de la vida? ¿Por qué un artista callejero debe enseñarnos a interactuar y reaccionar sin temor? 

Lo que ese sabio payaso hizo fue regresarnos el gozo de reír con desparpajo, sin temor a herir susceptibilidades. Nos enseñó a valorar la torpeza, que no pasa nada si las cosas no salen como se esperaba, que la camaradería es un bien estimable para el buen convivir. Nos enseñó que el asombro es el secreto para mantenerse joven y que no hay que gastarse una millonada para divertirse. Sólo basta un domingo relajante, en familia, en un parque público, sin nada más que unas buenas ganas de reír con el prójimo. 

(Los que me conocen saben lo torpe que soy… ¿Por qué no he hecho carrera en el circo? Yo habría sido la payasita más tarambana y natural del mundo. ¡Al Cirque du Soleil habría llegado!).

Nuestro domingo terminó con una caminata a casa por la Rambla, en medio de una lluvia menudita y después de un almuerzo dilatado, con asado, por supuesto.

¡Ruego por más domingos así!

Por Francis Sanchez

Hola, soy Francis. Me gusta escribir y creo que lo hago bien. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre temas biblicos, ya que trabajo como voluntaria Sociedades Bíblicas Unidas de Venezuela.

Estoy casada y tengo dos hijos adultos. Mi hijo mayor siempre me ha impulsado a escribir y publicar. De hecho, este blog es su regalo de cumpleanos para mi

Una respuesta a «Un domingo como pocos»

TOOODOO me gustó de este relato!….pero la filosofía aplicada al espectáculo del payaso…. fué…. bueno a mí me hizo reflexionar!…. gracias, Francis!

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