“¿Quién me va a curar el corazón partío?” Alejandro Sanz
En estos días estuvimos haciendo unos arreglos en casa. Estuve rodeada de albañiles y ferreteros por un poco más de tres semanas. La casa se encontraba en un ir y venir de personas y en una transformación constante. Una mañana quise huir de tanto caos, de preguntas constantes y de gastos más allá de lo presupuestado, y me fui a una cafetería a tomarme un cafecito con un ponqué de chocolate. Sencillamente necesitaba el cambio de aires. Cuando llegué a casa me encontré con el hombre que hacía el flete de todos los materiales que pedíamos a diario en la ferretería. Me vio un poco triste y me preguntó si estaba disgustada por los trabajos de albañilería, o quizás molesta con el suministro de la ferretería. “No, nada de eso”, le dije. “Es que tengo el corazón partío”. El hombre me miró con cara perpleja sin entender nada.
Es que realmente tengo el corazón partido. No encuentro una mejor manera de expresar cómo me siento. Es una mezcla de nostalgia, dolor, esperanza, soledad, vacío. Es un dolor suavecito en el pecho, que no me va a matar pero que mina mis fuerzas poquito a poco. Tengo el corazón partido en tres partes iguales: Un tercio está con Roger Andrés en Montevideo, otro tercio está con Juan Carlos en Buenos Aires, y el tercio restante está aquí en Valencia, con Roger Adrián, mi esposo. Y, créeme, con un corazón dividido, no es imposible, pero sí muy difícil ser feliz.
Como ya lo sabes, estuve 5 meses entre Montevideo y Buenos Aires. Fue mucho lo que conocí y caminé por esas calles de Dios. Aprendí tanto, de mi misma, de mis hijos (a quienes tenía unos tres años sin ver), de la cultura rioplatense (que es un tanto diferente a la nuestra, tropical y dicharachera), de la soledad y la distancia. Cada mañana me despertaba con la emoción de pasear, de absorber todo con unas ansias locas, tal como un sociólogo que le piden evaluar cuanto le rodea, con ojo clínico y crítico. Fue una experiencia única, inigualable, imperdible, por la cual estoy sumamente agradecida a Dios y a mi familia.
Pero cada mañana y cada noche me enfrentaba, con un hueco en el pecho, con la falta del otro. Sí, la falta de aquel que no estuviera conmigo, aquel que estando yo en Montevideo se encontrara en Buenos Aires, o estando yo en Buenos Aires se encontrara en Valencia. Nunca me sentí completa, siempre había un vacío que llenar, una persona a quien extrañar, una necesidad de conexión que no hallaba un encuentro pleno. Es que esta familia comenzó con dos, para luego ser cuatro. Ahora somos seis y la añoranza progresa, no de manera gradual sino exponencial. Y no hay corazón que aguante tanto, la verdad.
Estando por allá con mis hijos, extrañaba Valencia, mi casa, mi urbanización, mis vecinos, mi vida y mi rutina. Añoraba estar con mi esposo, cenar con él, conversar de todo sin límites ni barreras, ser yo misma, como sólo lo soy con él. Me sentía viviendo una vida prestada, no la propia. Era como vivir la vida de una niña mimada a quien no se le exigía nada, sin responsabilidades ni ataduras. Al principio fue fantástico, pero con el correr de los meses, mi vida real comenzó a reclamar su espacio y sus querencias. Debía volver, de eso no me cabía la menor duda.
Y regresé, me reencontré con mi hermano, con mis sobrinos. Mi madre estaba tan ansiosa por verme que se tiró del carro al llegar al aeropuerto, me extrañaba de la misma manera que yo a ella. Nos fuimos a comer pollo asado y la conversación se agolpaba, llena de anécdotas que pujaban por salir, en medio de hallaquitas y yuca frita. Mi esposo me miraba buscando señales de cambio, queriendo encontrarme entre tanta maleta y algunos kilitos de más. Todavía, a más de dos meses de mi regreso, me ruega que regrese a ver a nuestros hijos, pero no por tanto tiempo, “sólo un par de meses, ¿puede ser?”
Y ahora estoy aquí y añoro estar allá, en Montevideo. Extraño la rambla, el Río de la Plata, con su omnipresencia vital y tranquilizadora. Extraño sus calles tranquilas, serenas, con sus sombras agradables y su sol respetuoso, nada que ver con este sol nuestro, invasivo y que pica. Extraño a su gente, agradable, dócil, siempre presta a la buena conversación, educada y muy solícita. Extraño la calle que lleva al Mercado del Puerto, llena de historia, cultura y color. Extraño las ofertas literarias a cielo abierto, irresistibles, interesantes, imperdibles. Extraño un buen café helado con el libro de turno, mientras se ve la gente local pasar por la calle. Y los helados de abajo del edificio, el de chocolate oscuro que me mataba.
Pero es a Roger Andrés y a su novia a quienes más extraño. Me hace falta lo relajado de su casa, ver la Fórmula 1 con todos los comentarios y anécdotas de Roger, y las películas horribles que sólo él entiende. Extraño las milanesas de pollo de Tina, y perderme con ella en H&M, en Punta Carretas (ese centro comercial tan maravilloso). Anhelo esperarles en Starbucks mientras ellos asisten a sus clases de música, y luego ir a comer una buena hamburguesa. Quiero conversar con ellos de todo y de nada, discutir por lo más mínimo, pelear por rencillas viejas y nuevas, gritar mi punto de vista, tratar de imponerme por encima de la inteligencia de mi hijo y la lógica de Tina (con ellos, mi inteligencia y mi lógica simplemente se evapora, pero no importa). Quiero estar con ellos, sólo eso. Nada más.
También me hace falta Buenos Aires, todos los días suspiro por esa ciudad que se metió en mis huesos de manera profunda. Extraño sus calles populosas y esas grandes y anchas avenidas, con sus paseos hermosos. Extraño el Subte, lo intrincado de sus pasos bajo tierra, el gentío en las horas pico y su incesante comercio. Me muero de nostalgia por su vida cultural, sus ofertas teatrales (las que nunca aproveché y siempre anhelé), sus increíbles librerías, su importante biblioteca nacional. Extraño los museos, las ferias a cielo abierto en casi cada una de sus plazas, sus parques llenos de vida, de gente, de niños curiosos, y viejos con cuentos de una Buenos Aires más amable, menos caótica. Me hace falta recorrer Recoleta, la Av. Rivadavia tan cerca de casa, la Plaza de Mayo y la del Congreso, el hermoso Obelisco y la Corrientes. Y las medialunas de manteca que se vinieron de polizontes, instaladas en mis caderas.
Extraño a Juan Carlos y a Valen. Me hace falta su sala, ¡que fue mi habitación por tres meses! Echo de menos su suave personalidad y su hospitalidad sencilla. Quiero esas conversaciones deliciosas que teníamos cuando el único plan era estar juntos, y reíamos como locos de todas las ocurrencias de Valen. Anhelo ir a Neuquén, donde viven sus amigos más cercanos, y comer arepas y tomar té con Alexis. Extraño a Yrlany y visitar con ella las ferias americanas, unas tiendas de ropa usada muy típicas de Buenos Aires. Quiero ver a mi hijo patinar, y también quiero ir a McDonald´s con Valen, protestando porque, vamos a estar claros, ¡Burger King es mucho mejor!
Pero, no te creas, me gusta mucho estar aquí en Valencia. A mi llegada encontré la ciudad muy linda, limpia y recuperada. Las calles iluminadas, las aceras despejadas, los parques y plazas libres de maleza, y una rotonda espectacular que me regaló Lacava a media cuadra de mi casa. Saboreé de nuevo los deliciosos Tulipe de chocolate que tanto me gustan, que pelean por su propio espacio en mis caderas. Encontré a la gente de siempre, sencilla y emprendedora, ansiosos todos por escuchar mis cuentos, por saber de mis hijos, por reconectarse conmigo e incorporarse a mi vida de siempre. Y ahora paso los días entre mis libros, en mi porche, con mi casa linda. Con nuevos proyectos de trabajo, con estudios exigentes y muchas lecturas pendientes. Y con mi blog que, sorpresivamente, la gente reclama, porque me imagino que le gusta escuchar mi voz, y también mis cuitas.
Al momento de escribir esto, vino un muy buen amigo, Oswaldo, a casa para almorzar conmigo un arroz chino que me quedó muy rico, la verdad. Me preguntó por la publicación de mañana y le dije que se llamaba CORAZÓN PARTÍO y le expliqué por qué. Y entonces me dijo: “No, tú no tienes el corazón partido, más bien tienes el corazón compartido entre las tres personas que lo habitan y las tres ciudades donde ellos viven”. Creo que Oswaldo tiene razón, como siempre.
En octubre del 2023 espero regresar al Cono Sur. Ya los chicos están avisados (¡y asustados!). Mientras tanto aquí me quedo, con mi esposo, ayudándole en todo; con mi madre a quien veo casi a diario; con mi iglesia, mis amigos, mi vida. Una vida que no halla sosiego en la distancia, pero que se contenta con la llamada y la conversación sempiterna de unos hijos que no abandonan, que acompañan de manera virtual y remota, como casi todo ahora. Y mi Señor, que sabe mejor que nadie cómo me siento y cuánto necesito de su consuelo.
Alejandro Sanz se pregunta, de manera retórica, quién le va a curar el corazón partío. Eso me pregunto todos los días… Pero Dios dice en Su Palabra lo siguiente: “Yo soy tu Dios y te he tomado de la mano; no debes de tener miedo porque cuentas con mi ayuda”. (Isaías 41:13). Con ese tipo de asistencia, nada tengo que temer. ¡Mi corazón compartido está protegido!
2 respuestas a «Corazón Partío»
Excelente, Francis. Gracias por compartir, me parece genial tu forma de escribir.
Que Dios te siga bendiciendo y ayudando con todo lo que requieres en este tiempo.
Analizando eso del corazón partió. Desde el 05-08-2022 empecé esto de vivir con el corazón partió. Sin embargo, cómo bien tu lo dices también en Cristo, he hallado las fuerzas para seguir viviendo y disfrutando de todo lo que tengo. Romanos 8:28-39
Me recuerda que soy vencedora por medio de aquel que nos amó…
Gracias por abrir Tu corazón partido o compartido! Da igual… a los hijos se les extraña … ❤️