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Una Utopía

Creemos que podemos pasar sin los demás, nos halaga sentirnos independientes”. Fernando Savater

Una navidad estábamos todos reunidos en torno al hermoso árbol que mamá adorna todos los años. Los niños estaban ansiosos por abrir sus regalos. Ese año no hubo envoltorio posible que pudiera esconder, con su halo de misterio, las cuatro bicicletas que dominaban el espacio, imponentes y orgullosas. Mis hijos y sobrinos querían ya tomar posesión de lo que ya sabían suyo. La abuela hacía su mayor esfuerzo por terminar de narrar con algo de dignidad el relato bíblico de la natividad. Cuando terminó, ¡por fin!, los chicos corrieron emocionados a recibir sus bicicletas. La algarabía se adueñó de todos y salimos a la calle emocionados a ver a nuestros niños correr con la felicidad más pura. Los chicos se alejaron de casa, y quedamos los adultos sonriendo y comentando. Fue en ese momento que mi hermano, con unos entrados treinta años a cuestas, dijo: “¡Cómo quiero ser un niño otra vez!”. Y todos explotamos en risas.

Los seres humanos pasamos la vida anhelando lo que no tenemos. Cuando se es niño se desea ser mayor. ¿Por qué? Pues porque el ser adulto trae consigo la tan ansiada independencia, ser dueño del propio destino, y no tener que rendir cuentas a nadie. Por eso fue que el deseo de Isidro, expresado de manera tan cándida, nos llevó a esas estruendosas risotadas. ¡Pero, la verdad es que nada está más alejado de la realidad! Cada año que pasa constato con tristeza y decepción que la independencia es algo que nos venden y que, además, tenemos que pagar muy caro. Es una ilusión, una utopía. Sencillamente la independencia, y la libertad de hacer lo que se nos venga en gana, no es real.

Mi hermano tiene razón, es preferible ser un niño. Seguramente ya él se había dado cuenta que la tan ansiada independencia no era verdad y añoraba esos años de dependencia paterna, sí, pero sin preocupaciones ni amarres de ningún tipo. Es que, hagamos un ejercicio, vamos a ver qué tanta libertad tenemos, de cuánta independencia gozamos realmente. A ver… ¿Podemos besar apasionadamente a la vecina o al vecino que no está nada mal? ¿Acaso se puede comer todos los chocolates que uno quiera? ¿Y qué me dices de gritarle sus cuatro verdades a todo el que se nos atraviese en el camino? ¿Podemos emprender una nueva vida, dejando todo atrás? No, realmente nada de esto es posible sin tener que sufrir las consecuencias de tanto egoísmo e inmadurez.

La vida es un camino de decisiones y responsabilidades. No somos islas, individuos que viven a placer en busca de una felicidad utópica. Somos seres gregarios que viven en sociedad y necesitan vivir bajo reglas sustentadas en el respeto y sí, las buenas costumbres. Las veces que nos hemos saltado la torera hemos sufrido consecuencias realmente devastadoras. Pero, todos esos escenarios descritos arriba son los que nos hacían soñar, cuando éramos unos niños sometidos a nuestros padres, maestros y demás adultos. ¿¡Cuándo podré hacer lo que me venga en gana!? Nunca. Punto.

¿Qué sentido tiene entonces envejecer si no podemos vivir la vida sin amarres, libres como el viento? Esta es una excelente pregunta cuya respuesta nunca es del todo satisfactoria. Sin embargo, las personas que se han aventurado a vivir libremente tampoco son del todo felices, ni tampoco han hecho felices a quienes están a su alrededor. ¿Cómo resolver el asunto de la independencia y la libertad sin caer en la anarquía y el libertinaje? He allí el meollo del asunto.

La Biblia no habla de la independencia personal como un valor para la vida, más bien habla de una interdependencia social y colectiva. Pablo escribió en una de sus cartas que todo nos era lícito pero que no todo era conveniente (sí, me puedo comer todos los chocolates que quiera y que pueda pagar, pero no me conviene, el mareo y el malestar van a ser terribles). La Biblia también dice que podemos hacer lo que queramos, si nuestras propias conciencias nos lo permiten, pero si nuestra conducta va a hacer caer al hermano y al prójimo, mejor es no hacer nada.

Vivimos en una sociedad que aúpa el hedonismo, el egoísmo y el individualismo, todo sustentado en un humanismo que es más el daño que los aportes que ha traído a la humanidad misma (¡perdona la cacofonía, vale!). Es duro alejarse del ideal infantil de nuestra niñez, pero la realidad, una vez más lo repito, es que rara vez podemos hacer lo que queremos. En Deuteronomio Dios nos pide escoger un camino, el de la vida o el de la muerte. El camino de la vida está lleno de responsabilidades y dependencia a Dios y a los demás, de recompensas intangibles y lejanas. El camino de muerte está signado por complacencia y anarquía, libertinaje e independencia mal entendida. Y sí, es redundante, pero resulta en muerte.

Y tú dirás, ¿por qué escribe esta mujer todo esto tan sombrío? Porque resulta que cada una de las cosas que enumeré en el párrafo de arriba ha cruzado mi mente con placer, y triste me he percatado que por más que lo desee, lo conveniente es no dejarse llevar por lo que se quiere si no por lo que se debe. He pensado mucho en todo esto y creo que tomar buenas decisiones nos puede llevar a una vida plena, sin vulnerar el derecho de los demás, ¡sin necesidad de pisar el callo al otro, pues!

Fernando Savater, el famoso filósofo español tiene mucha razón. La independencia nos halaga, nos seduce, engaña nuestros sentidos. Pero la verdad es que yo debo respetar a mi vecina, debo cuidar de mi cuerpo, debo hacer valer mis derechos sin pisar los derechos del otro, debo honrar los compromisos de vida que he adquirido, con tranquilidad y madurez. Si no hago así la bomba me va a estallar en la cara, y en ese punto la ansiada independencia ya no tendrá valor ni atractivo alguno. Porque es que no se puede pretender ser feliz a costilla de los demás y en detrimento del otro. La vida, la vida que vale la pena vivir, no funciona de esa manera.

Oye, perdona tanto sermón. Son sólo reflexiones que hago algunas noches, cuando el sueño me abandona para migrar a cabecitas menos complicadas y confusas.

¡Dios, por mi bien paso del vecino, y también del chocolate!

Por Francis Sanchez

Hola, soy Francis. Me gusta escribir y creo que lo hago bien. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre temas biblicos, ya que trabajo como voluntaria Sociedades Bíblicas Unidas de Venezuela.

Estoy casada y tengo dos hijos adultos. Mi hijo mayor siempre me ha impulsado a escribir y publicar. De hecho, este blog es su regalo de cumpleanos para mi

2 respuestas a «Una Utopía»

Hola Francis, muy buena tu publicación. Las acciones, las conductas y las palabras pasan por unos derechos asertivos muy valiosos que nos plantea la libertad de expresarnos, de actuar y de pensar; sin embargo hay que hacerse responsable y asumir las consecuencias de cada uno de ellos. Muchas veces el detalle es que cuando aplicamos » esa libertad» y las consecuencias son adversas terminamos responsabilizando al otro; allí es donde debemos aplicar aquello del «derecho a cometer errores», «el derecho a cambiar» y como decía un estimado abuelo: Para ser libre y hacer lo que quieras » tienes que comerte un saco de sal». La pregunta es: Cuánta sal estamos dispuesto a comer? Saludos y que sigas teniendo éxito en tus publicaciones.

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