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Filosofía

Ser auténtica

Si llevo la muerte a mi vida, la reconozco y la enfrento directamente, me liberaré de la ansiedad de la muerte y de la mezquindad de la vida, y sólo así seré libre para convertirme en mi mismo”. Martin Heidegger.

Llevo semanas queriendo escribir este ensayo, atraída por su tema tan próximo a mis anhelos. Pero no es fácil disertar sobre algo que supone una miríada de sentimientos, emociones, certezas e incertidumbres. Una vez más encuentro a la filosofía una disciplina vital, sin ella a mi lado estas reflexiones tan propias se me escaparían, perdiendo irremediablemente la oportunidad de hacer palpable y real aquello que siempre se me ha antojado etéreo e inalcanzable.

Schütz y Heidegger han sido los protagonistas de un módulo de estudios mucho más digerible, humano y pertinente, que además me ha dejado un sentido de urgencia, de tarea pendiente, que no me ha abandonado por semanas. El primero con su acertada mirada social en la búsqueda de significado, que responde tantas interrogantes de antaño en mi propia vida. El segundo con su manera única de ver al ser, de disectarlo sin pudor alguno, dejando al descubierto asuntos vitales e ineludibles por resolver, si de verdad se quiere vivir una buena vida, como Dios manda.

Más allá del quehacer ontológico per sé, Heidegger habla de dos temas entrelazados que ocupan mi mente con mayor insistencia: La necesidad imperiosa de vivir una vida auténtica, y la inevitabilidad de la muerte. Y sí, ya lo he dicho, están conectadas una a la otra, de una manera lógica y enigmática. En este ensayo quiero desarrollar mi punto de vista muy personal sobre la autenticidad y la finitud de la vida. Esta vez, más que nunca, se impone el insight, la mirada interior, y lo personal, realmente no podría hacerlo de otra manera.

Según Heidegger, la autenticidad y la inautenticidad son dos modos del SER en los que oscila la existencia humana. Ambos modos del ser están signados e influidos irremediablemente por la finitud de la vida: La muerte. Vamos a ver de qué va todo esto.

Por un lado, en la autenticidad, el hombre comprende que es, entre muchas cosas, posibilidad, y que puede apropiarse y responsabilizarse de su propia existencia. El hombre se resuelve, se adueña y abraza sus propias posibilidades, abiertas ante él. El ser auténtico está muy consciente de su finitud y decide vivir una vida plena, bajo sus propios términos, precisamente porque sabe que va a morir. El ser auténtico ejerce un pensar genuino, construye su realidad, es sereno y dueño completo de sí mismo. No creo que le tema a la muerte, más bien, la enfrenta con resolución y con el firme propósito de vivir plenamente, antes de morir irremediablemente.

Muy contraria a la autenticidad se presenta su contraparte: La inautenticidad. En este modo del ser, el hombre no elige las posibilidades que se le presentan, sino que sucumbe irreflexiva y ciegamente a los sentidos y significaciones que se le han instaurado socialmente. De esta manera se somete a opiniones comunes y se deja llevar por circunstancias que no le son propias. La inautenticidad es para el hombre, en este sentido, una pérdida de sí mismo. El inauténtico también está muy consciente de su finitud, pero lejos de estimularlo a llevar una vida significativa, lo arrastra a una existencia condicionada por el temor a la muerte y la necesidad de aferrarse a la vida aquí, que es la única que conoce.

Ahora, el término “auténtico”, según la Real Academia de la Lengua Española, es “todo aquello que aparenta lo que es, aquello que coincide consigo mismo”. Si lo queremos expresar de otra manera, una persona auténtica no se traiciona a sí misma. Es un ser que quiere vivir sin remoquetes ni pesos, propios o ajenos, que se apresta a vivir con verdadero sentido de propósito. Es una persona que, lejos de ver a la muerte como una amenaza a la vida que conoce, más bien ve la finitud del ser como parte integral de la vida misma.

Basta ya de teoría y pasemos a lo personal… ¿Qué significa todo esto para mí? ¿Cómo lo vivo? Esa palabra “auténtico” siempre ha tenido un influjo irresistible para mí. Cada día que pasa me encuentro más cerca de la necesidad imperiosa de ser auténtica, de vivir bajo mis propios términos y, sobre todo, de pensar como quiero y siento. Lejos quedó el temor de la adolescencia, esa horrible y estúpida etapa donde siempre sentimos la necesidad de fusionarnos con todo y todos. Esa especie de “blending in”, de esconderme tras el papel tapiz de las paredes, acabó definitivamente, para dar paso a una libertad embriagante de ser lo que realmente soy.

A medida que pasan los años y voy envejeciendo irremediablemente, la muerte ha venido a ser esa presencia constante, una compañía que al principio me atemorizaba, pero que ahora pienso sin susto, con la certeza de que, tras su llegada, me espera una vida eterna, una realidad desconocida por ahora, pero no por ello menos real. Porque es que, pensar la muerte supone un ejercicio de cordura desapasionada, una etapa que, lejos de querer evitar, se enfrenta con madurez, y con la certeza que ella no puede cortar mis ganas de vivir.

Y sí, ya lo saben, soy una persona con una relación con Dios que signa mi vida presente, futura y eterna. Dios es el que ha dado propósito a mi vida, y agradarle es mi anhelo diario. Pero siempre he considerado que la inmanencia y la trascendencia deben encontrar un equilibrio, si de verdad se quiere ser auténtico.

En estos días lo reflexionaba con un grupo de chicas jóvenes: La vida requiere de equilibrio entre lo inmanente y lo trascendente. Somos personas dotadas de un espíritu para relacionarnos significativamente con Dios, pero también tenemos un cuerpo, una mente y una conciencia que exigen atención y que, además, nos relacionan significativamente con el aquí y el ahora.

¿A dónde quiero llegar con todo esto? Bueno, aquí va… Yo creo que una vida auténtica es cónsona con todos los elementos que nos componen: Un espíritu, un cuerpo, una mente, un alma, y cualquier otro componente que queramos agregar a la lista (o eliminar, ¿por qué no?). Una vida auténtica reconoce las posibilidades que nos ofrece este mundo y las arropa para sí, para vivirlas y experimentarlas con fruición. Pero vivir auténticamente también es poner la mirada en lo eterno, en lo que trasciende a este mundo. Porque es que el ser no acaba con la muerte, por más que Heidegger haya desestimado el asunto.

Y, es necesario que repita esto: Una persona auténtica atiende cada elemento, componente y resquicio de su vida, sea ese elemento inmanente o sea trascendente. Allí es donde se encuentra la responsabilidad de la existencia, en atenderse, en encontrar el equilibrio. Y en ver a la muerte como parte integral y necesaria de la vida misma. ¿Por qué? Pues porque Dios así lo ha dispuesto para el hombre. Es Dios quien fomenta la vida auténtica, genuina, responsable y significativa. Dios no quiere borrar lo que somos, más bien quiere que seamos genuinamente lo que somos. Ya lo dijo San Agustín de Hipona: “… que nunca deje yo de ser Agustín”.

Yo considero que Jesús vivió una vida auténtica: El logos se encarnó y vivió entre nosotros. Cumplió su misión de morir por la humanidad. Pero, en el ínterin vivió plenamente. En una ocasión, los fariseos lo increparon, acusándolo a él y a sus discípulos de no cumplir con el día de reposo, además de comer, beber y rodearse de pecadores, ir a bodas y fiestas. A lo que Jesús respondió: “A eso he venido, a ellos he venido”. Jesús fue un hombre responsable de su existencia, que vivió la vida a plenitud y de una manera auténtica. Con la muerte entre los ojos, pero con la vida como fin último. Y, a diferencia de Heidegger, con la certeza de que el fin de la vida no está en la muerte. Porque, para seguir citando a Juan, él, Jesús, es la vida.

Así que, la consigna es vivir auténticamente. ¿Quién nos quita lo bailao?

Por Francis Sanchez

Hola, soy Francis. Me gusta escribir y creo que lo hago bien. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre temas biblicos, ya que trabajo como voluntaria Sociedades Bíblicas Unidas de Venezuela.

Estoy casada y tengo dos hijos adultos. Mi hijo mayor siempre me ha impulsado a escribir y publicar. De hecho, este blog es su regalo de cumpleanos para mi

5 respuestas a «Ser auténtica»

Vivir auténticamente. Vaya reto para un mundo que va de tantas modas, que persuade por doquier, que intenta cambiar todas las cosas, que no sabe ni identificar los sexos y que los intenta expandir con géneros, en fin, un mundo que promueve lo malo como bueno y lo bueno como malo, en la mayoría de ocasiones.

Ser cristiano, tener fuertes convicciones y valores basadas en el respeto, y llevar esto de la mano de la personalidad que cada uno pueda tener, sin miedo y sin titubeo al rechazo automático que el mundo esta preparado para lanzar, eso, es ser autentico, es ser diferente. Eso, en estos tiempos, es ser un verdadero rebelde, siendo esta rebeldía, una bandera de la autenticidad.

Esta genial querida Francis, como siempre. Un abrazo grande

Resumo el escrito, basado en mi limitada compresión sobre filosofía en:

Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.
Marcos 8:34-35

Gracias por el escrito

Vivir auténticamente es, en mi opinión, hacer lo que podamos con lo que tenemos pero teniendo presente que no pertenecemos aquí, somos ciudadanos del cielo, por lo tanto no nos amoldamos a éste mundo

Si la autenticidad la da el sellobdel Espíritu Santo en los que han sido escogidos. Vestidos del nuevo hombre. Ya no vivo yo, pues vive Cristo en mí, linaje escogido. Solo tener la mente de Cristo nos permite realmente ser auténticos. No miremos pues ni a izquierda ni derecha sino los ojos siempre puestos en el autor y co.sumador de la fe. ….por cierto feliz Cumpleaños amada

Por esto y más Jesús es nuestro mayor ejemplo. Francis Dios te ha dado mucho y solo el puede usarte como lo hace . Un abrazo

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