Categorías
Lectura Bíblica

Levítico: Búsqueda de la santidad

Ustedes deben ser santos porque yo, el Señor su Dios, soy santo”. Levítico 19:2

A veces yo desestimo la pompa y la ceremonia porque la considero fatua y accesoria. Muchas veces he fustigado las bodas eclesiásticas por considerar que el boato y los ritos simbólicos que llenan el evento, pierden brillo ante la monumental decisión de compartir la vida con otra persona, “hasta que la muerte los separe”. Sin embargo, si se lee la Biblia con atención, nos topamos con una realidad que choca con mi punto de vista: Dios es un Dios ceremonioso, litúrgico, ritual, simbólico y pomposo. Es que la vida está llena de eventos que merecen ser celebrados y disfrutados con respeto y propósito, y Dios lo sabe muy bien.

Levítico es un libro de leyes y reglamentos que es fastidioso para leer, pesado, lleno de detalles minuciosos en cuanto al sistema de sacrificios que se llevaba a cabo en el tabernáculo, las sinagogas y el templo de Jerusalén, en todas sus etapas. Es una especie de manual de instrucción para los levitas, sirvientes y trabajadores del Señor, encargados de todo lo relacionado al oficio ceremonial de alabanza y sacrificio a Su Persona.

Uno de los puntos más importantes que destaca el libro es el imperativo a ser santos porque Dios mismo es santo. Todo Levítico gira en torno a este propósito. El sistema de sacrificios fue creado para buscar una solución temporal, y por lo tanto repetitiva y consuetudinaria, al problema del pecado en el hombre. El tabernáculo fue diseñado y creado con todo lujo y detalle para albergar toda la parafernalia necesaria para los ritos sacrificiales, en preparación a un corazón limpio y listo para la adoración al único Dios verdadero.

Ser santo en Levítico implica, no sólo limpieza física, sino pureza moral y espiritual. Cada sacrificio, cada rito, cada acto de alabanza requería de una revisión en cuanto al estado de la persona o el sacerdote que presentaba la ofrenda sacrificial. Dios habitaba en el tabernáculo, las muchas sinagogas y, sobre todo, en el templo, y siendo estos espacios Su habitación, acercarse a Su presencia requería una pureza extrema. Siendo el hombre un ser signado por una naturaleza caída, los ritos de purificación eran de una importancia suprema.

Todas las religiones contemplan algún tipo de sistema de sacrificios. La humanidad está acostumbrada a presentar una ofrenda a algún dios, como reconocimiento a su grandeza e importancia, o como un favor para aplacar la ira de ese dios, o recibir alguna bendición de su parte. Generalmente estos sacrificios entrañaban la entrega de la vida de un ser humano, podía ser una criatura pequeña, o un adulto dispuesto a entregarse sacrificialmente por ese dios.

Esas costumbres barbáricas no son agradables a Dios. Para el Señor, la vida es sagrada y no debe ser atentada ni vulnerada por nada ni nadie. Cuando Dios pidió el sacrificio del hijo de Abraham, Isaac, lo hizo a manera de prueba de fe, y cuando el Señor se constató de cuán dispuesto estaba Abraham a agradarle, le pidió poner un cordero a sacrificar, en lugar de su hijo. El patriarca estaba acostumbrado a las demandas inhumanas de otros dioses y no le pareció extraño tal demanda de parte de Dios, único y verdadero.

Allí comienza el sistema de sacrificios como tal, donde Dios establece que se complace del sacrificio de un cordero perfecto, sin mancha, pero que no va a permitir el sacrificio humano. De Dios viene la vida, y el respeto y dignidad de esa vida. De eso trata Levítico. Pero, como ya lo he dicho, el sacrificio no tiene sentido ni razón de ser si no está amparado en la necesidad de presentarnos santos ante Dios, porque Él es santo.

Todo ese sistema de sacrificios perdió vigencia y brillo con el sacrificio vicario y definitivo de Jesucristo, “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Cuando Jesús murió en la cruz, la separación entre Dios y el hombre se rasgó, simbolizado en un velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo en el templo de Jerusalén. Ya no era necesario todo el trabajo de los levitas y los sacerdotes, nada de eso ya tenía valor. Ya lo establece Hebreos, el sermón en forma de epístola que analiza la superioridad de Cristo por encima de todo lo descrito en Levítico.

En el año 70 de nuestra era, el templo de Jerusalén es destruido bajo el mandato de Tito. Dios así lo quiso, porque décadas después de la muerte sacrificial de Su Hijo, aun se llevaban a cabo ritos sacrificiales en el templo. Jesucristo es suficiente y ahora, gracias a su intervención, somos santos, apartados y preparados para toda buena obra. Ya no requerimos de limpieza diaria y constante, Jesús ya lo hizo.

Sin embargo, por años viene planificándose la reconstrucción del nuevo templo de Jerusalén, y se está haciendo un llamado a nuevos sacerdotes y levitas para instituir otra vez todo el ritual descrito en Levítico. Esa es una de las señales de la segunda venida del Señor. Sencillamente, Dios no va a permitir regresar a sistemas obsoletos que oscurecen la importancia vital de la muerte y resurrección de Su Hijo, Aquel que Él entregó por amor a la humanidad.

No olvidemos lo importante, Levítico hace un llamado a la santidad. Y este es un llamado vigente, monumental para el destino eterno de nuestras almas.

Por Francis Sanchez

Hola, soy Francis. Me gusta escribir y creo que lo hago bien. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre temas biblicos, ya que trabajo como voluntaria Sociedades Bíblicas Unidas de Venezuela.

Estoy casada y tengo dos hijos adultos. Mi hijo mayor siempre me ha impulsado a escribir y publicar. De hecho, este blog es su regalo de cumpleanos para mi

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *