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No, no me quiero morir

Ahora el hombre y la mujer son como uno de nosotros, pues conocen el bien y el mal. Si llegaran a comer algún fruto del árbol de la vida, podrían vivir para siempre. Por eso Dios los expulsó del jardín del Edén”. Génesis 3:22-23 (TLA)

Mi padre fue la primera persona que murió en mi vida. Él tenía 67 años y yo 27. Nunca antes había yo experimentado la muerte de nadie. Esa pérdida fue muy dura para mí, el dolor que me causó es indescriptible. Aún recuerdo todos los detalles de ese día, a más de 24 de años de ese suceso tan triste. Mis hijos estaban muy pequeños y no vivieron ese dolor. Pero, para todos los que enfrentamos su muerte, la ausencia física de papá fue una pérdida irreparable y una realidad difícil de comprender. El Señor se lo llevó aún con mucha vida.

Luego partió mi abuela Francisca, muy viejita ya. Nunca enfermó, nunca se agravó de nada, simplemente se cansó de vivir, a sus 96 años pasados. Un día no quiso levantarse de la cama, no quiso comer, ni bañarse, ni ir al baño. Sencillamente se negó a seguir viviendo, alegando que tenía frío, que no tenía hambre, que ya no quería ni necesitaba nada. Su nieto, el médico de la familia, nos dijo a todos que eso suele suceder a quienes envejecen y nunca enferman. Francisca ya estaba lista para irse con su Señor.

Años después le siguió su hija mayor, mi querida tía Dilia. A sus 80 años ya había sufrido unos 10 años de Parkinson, pero fue un cáncer fulminante el que acabó con su vida. La vida de Dilia se fue apagando durante una Semana Santa, una semana donde tuve el privilegio de acompañarla, de leerle salmos, de cantarle al oído, y de reír calladamente de sus ocurrencias y reacciones apagadas ante su propia muerte. Dilia se fue un Domingo de Resurrección a encontrarse con su Señor. Su partida no fue pesada para mí, sino dulce y ansiada, pues ella sufrió mucho.

La muerte es una realidad humana, todos tenemos algún día que enfrentarnos a ella. Últimamente nos ha rondado con insistencia, ha jugado con nuestra integridad, nos amenaza con llevarnos en cualquier momento. Vivir en pandemia, con nuevas cepas más fuertes y letales, nos hace pensar en ella a diario, nos hace temerla, nos enfrenta a nuestra vulnerabilidad. Y si bien es parte de la vida misma, nadie se acostumbra a ella, ni la anhela, más bien le teme y la evita a toda costa. La muerte parece ser nuestra peor enemiga.

El apóstol Pablo una vez escribió que, para él, el vivir era Cristo y el morir era ganancia. Allí, al inicio de la carta a los Filipenses, Pablo se debate entre lo anhelado y lo conveniente, entendiendo que su vida era de mayor provecho para el evangelio de Cristo. Yo leo este tipo de cosas en la Palabra y me doy cuenta de la gran estatura espiritual del apóstol y de mi propio enanismo. Lo siento mucho Pablo, ¡pero yo no quiero morir! Esto no significa que yo no tenga una certeza firme en la vida eterna, o que no sepa a dónde voy a parar una vez que parta con el Señor. No tiene nada que ver con fe, o con mi situación espiritual. Tiene que ver más bien al hecho de que estoy muy aferrada a la vida. Pero, ¿puedes culparme?

No me mal entiendas… Yo quiero estar con mi Señor, pasearme por las calles de oro, vivir en la morada celestial que Cristo preparó para mí, quiero reunirme con mis seres queridos, anhelo conocer a Pablo, a David, a Rut y a Ester, y deseo pasar la eternidad adorando al Cordero. Aún y con todas estas bendiciones, yo no quiero morir. ¿Por qué? Pues porque aún hay muchas cosas que quiero hacer en esta vida, en esta realidad. Quiero ver y vivir con mis hijos de nuevo, quiero conocer a mis futuros nietos (si es que alguna vez llegan), quiero ser una viejita que disfruta a su esposo viejito, quiero seguir trabajando en la causa bíblica, quiero vivir plenamente antes de partir.

Y, me pregunto, ¿será que le tengo miedo a la muerte? Yo creo que sí… Porque es que la muerte está revestida de mucho dolor, de separación y de sufrimiento. ¡Nadie quiere pasar por eso! ¿Esto me hace menos cristiana? No creo, lo que me hace es ser más humana. El día que partió mi tía Dilia, ella fue trasladada a una habitación privada en el oncológico. La enfermera me dijo que mantuviera las luces encendidas porque la muerte producía mucho temor. Yo le dije que Dilia no tenía temor porque ella era cristiana. La enfermera, experimentada en esas lides, se sonrío y con respeto me aclaró que todos temían a la muerte. ¡Mira que ella lo sabía muy bien!

¿Qué dice la Biblia acerca de la muerte? Sí, yo sé… “La paga del pecado es muerte” y “el alma que pecare, esa morirá”. Pero muy pocos se acuerdan que la muerte es un acto de misericordia por parte de Dios. Cuando Adán y Eva pecaron, desvirtuando toda la creación, Dios les cosió vestidos para tapar su desnudez, y los sacó del huerto del Edén, para evitar que comieran del árbol de la vida y así, con pecado, vivieran para siempre. ¿Te imaginas una vida de cáncer sin el descanso de la muerte? Sería insoportable.

Episodios de muerte hay muchos en la Biblia. La enfermedad y muerte del primer hijo de David y Betsabé, que causó tanto dolor a su padre, y que nos enseña que, ante la muerte, ya no hay más nada que alguien hacer. El anuncio de la muerte del rey Ezequías, y cómo éste lloró y rogó por su vida, y Dios le concedió 15 años más. La muerte de Lázaro y el dolor de Jesús, su amigo, quien lo sacó de la muerte con autoridad y poder. La muerte de Ananías y Safira con unas horas de diferencia, que demuestra que el castigo por el pecado sí que es real.

Pero, ninguna muerte es tan importante y trascendental como la del Señor Jesús. Gracias a Su muerte tenemos el perdón de nuestros pecados, gracias a Su vida tenemos vida eterna con Él. Pero, no puedo dejar de recordar Su momento de angustia en el huerto de Getsemaní, horas antes de morir. Si alguna vez se ha dudado de la humanidad de Dios Hijo, en ese huerto se tienen pruebas fehacientes de Su doble naturaleza. ¡Jesús lloró ante Su Padre para evitar esa muerte tan horrorosa! ¿Por qué? Porque cargar con tantos pecados (los míos, los tuyos, los de todos) no es nada fácil. Porque la muerte entraña dolor extremo. Porque Jesús sabía que se enfrentaría al rechazo de Su Padre, por los pecados que cargaría en la cruz. Porque no sólo era Dios, era humano también.

En este “annus horribilis” de pandemia he perdido muchos amigos, hermanos en la fe y conocidos. Es como dije ya, la muerte está muy presente ahora, y su presencia me hace reflexionar a diario acerca de la vida, y de su final también. Sí, no me agrada la muerte, pero estoy segura que cuando llegue a buscar a quienes amo, allí estaré para despedirlos, con amor y dignidad. Y cuando llegue a buscarme a mí, estaré preparada, con temor a aquello que aún no conozco, pero segura que fiel es el que me prometió una vida eterna con Él.

¡No hay una esperanza más hermosa que esta!

Por Francis Sanchez

Hola, soy Francis. Me gusta escribir y creo que lo hago bien. Llevo mucho tiempo escribiendo sobre temas biblicos, ya que trabajo como voluntaria Sociedades Bíblicas Unidas de Venezuela.

Estoy casada y tengo dos hijos adultos. Mi hijo mayor siempre me ha impulsado a escribir y publicar. De hecho, este blog es su regalo de cumpleanos para mi

3 respuestas a «No, no me quiero morir»

Guao, vaya palabras. Gracias por dejar claro que una cosa no contradice la otra.
«…cuando llegue a buscarme a mí, estaré preparada, con temor a aquello que aún no conozco, pero segura que fiel es el que me prometió una vida eterna con Él.

¡No hay una esperanza más hermosa que esta!»

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