“El Señor es bueno, un refugio seguro cuando llegan las dificultades. Él está cerca de los que confían en Él. Pero arrasará a sus enemigos con una inundación arrolladora. Él perseguirá a sus enemigos en la oscuridad de la noche”. Nahúm 1:7-8
Ya lo he dicho varias veces… ¡Me encantan las telenovelas! Sé que es un tipo de programación que tiene muchos detractores, pero yo creo que se tiene que entender cómo funciona el género y disfrutarlo tal como es… Sus personajes suelen ser unidimensionales y extremos, siempre envueltos en situaciones exageradas e inusuales. Cuando está bien escrita, con personajes redondos y bien delineados, la telenovela puede llegar a ser una verdadera delicia de entretenimiento. En ese género los buenos son siempre muy buenos, al punto de ser un poco tontos, y los malos son siempre maléficos, demoniacos, capaces de hacer cosas inimaginables. Por Dios… Esa sola característica ya hace de la telenovela algo completamente irreal.
Pero, los seres humanos somos personas tridimensionales, tenemos cualidades encomiables y también presentamos defectos. Hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Contamos con espíritu, alma, personalidad, capacidad volitiva, emociones, y sentimientos, cosas que Dios nos dio como parte de todo aquello que nos permitiría tener una relación significativa con Él… pero luchamos con una naturaleza pecadora que nos empuja a hacer aquello que no deberíamos hacer. En este sentido, el ser humano siempre se traiciona, nunca logra ser consistente entre lo que debe hacer y lo que termina haciendo.
Muy por el contrario, Dios es una Persona perfecta, consistente, con una naturaleza divina que nunca se traiciona. El Señor cuenta con un carácter también tridimensional, y con cualidades transmisibles, como las que mencioné en el párrafo anterior, y otras cualidades que sólo le pertenecen a Él. La omnipresencia, la omnipotencia, la omnisciencia son características que el Señor posee y que lo identifican como Dios, cercano y lejano a la vez.
Esa naturaleza divina se define claramente en términos de lo que Él es: Amor, santidad justicia e ira. En este sentido, Dios es una Persona que siempre ama, que siempre es santa, que siempre es justa. La ira responde a la parte de Dios que no puede conciliar Su Persona con la pecaminosidad y la injusticia del hombre. Cada una de esas cualidades interactúa de manera perfecta y jamás se contradicen. Es difícil de entender, pero es que así son la mayoría de las cosas con Dios, incomprensibles e ilimitadas.
El libro de Nahúm lidia con ese carácter de Dios difícil de digerir por nosotros, los seres humanos. En este libro profético, Dios se debate entre un amor inconmensurable por Su gente y una ira que se dispara como consecuencia de la maldad de los enemigos acérrimos de Su pueblo, aquellos que Él mismo utilizó para castigar a los israelitas por su pecado y desobediencia. Quizás lo que debí mencionar antes es que el Señor es un Dios celoso, que no soporta la maldad del injusto contra los suyos. Pero, un momento, ¿acaso no dije que el Señor mismo había entregado a Su pueblo en mano de los Asirios? Sí, cierto. Pero, siempre llega el momento de hacer justicia, y este tiempo es el que Nahúm anuncia sin misericordia alguna.
Los Asirios destruyeron a Samaria, la capital del reino del norte en el año 722 a.C. y dispersaron a sus habitantes por todo su imperio. Fueron despiadados, sanguinarios, inmisericordes, soberbios y altivos. Sí, Dios permitió este cautiverio por el pecado de Su pueblo, pero los Asirios se extralimitaron en su maldad, se gozaron de su poder en detrimento de sus cautivos. Dios prometió justicia y Nahúm proclamó libertad para los cautivos y castigo para los opresores. ¡Así es la justicia de nuestro Dios!
La justicia de Dios a veces parece que se tardara, El Señor a ratos se muestra taimado y omiso, pero no te confundas. Él tiempo de Dios siempre es perfecto y sus parámetros parecen regirse por leyes ajenas a los hombres. Nahúm grita a quien quiera oír que Dios a veces tarda Su enojo, pero, contrario a lo que pudiera pensarse, nunca deja sin castigo al culpable. En este sentido, este libro trae esperanza y justicia al oprimido pueblo de Dios y juicio a sus enemigos. Aquí se pueden ver todas las cualidades del Señor en acción: Amor, santidad, justicia e ira, conjugadas de manera perfecta para actuar de manera divina y perfecta, como sólo Dios puede hacerlo.
Nahúm está compuesto en tono lírico, como un poema que exalta la justicia y el amor de Dios por Su pueblo. Es un canto de esperanza para el oprimido y un grito de venganza para el opresor. Entre sus líneas se pueden escuchar los gritos de victoria y gozo ante un Dios que ama y que no retarda Su justicia. La ira del Señor se muestra implacable con el soberbio y sanguinario. Su amor brilla triunfante hacia Sus amados, en medio de la desolación.
Sí, es fácil pensar que Dios es una Persona contradictoria, pero no, no lo es. En una ocasión el profesor Franklin Díaz nos explicó que el amor y la ira de Dios son parte integral de Su ser, como una moneda que tiene dos lado, cara o cruz. Su amor es único, sin medida, intoxicante cuando se experimenta. Pero Su ira es fuego consumidor que más vale no probar. Nahúm me enseña que puedo gozar de Su amor y justicia… Probar su ira es algo que nunca quisiera experimentar. Hablando de personajes multifacéticos y tridimensionales, ¡Dios no tiene comparación!
Gracias, Dios por tu amor.
Una respuesta a «Nahúm: La justicia de Dios»
Gracias Dios por tu Amor…. gracias, Francis por el tuyo al escribir!