Hace 34 años conocí al que hoy es mi esposo. Llevamos casados casi 28 años. Es mucho lo que ha pasado en nuestras vidas durante todo ese tiempo… Nos conocimos, nos enamoramos, nos casamos, tuvimos nuestros hijos, crecimos, tuvimos varias crisis que casi nos llevan al divorcio, hicimos ajustes, hablamos mucho, peleamos mucho, hicimos concesiones, exigimos cosas, llegamos a acuerdos, nos reímos muchísimo, y lloramos otro tanto. Nos hemos conocido y reconocido, respetado y apreciado en medio de nuestras diferencias…
Todo esto nos han llevado hasta aquí, a nuestro presente juntos. Durante algunas de nuestras crisis, peleas y acuerdos, siempre he pensado que, si realmente quiero permanecer con este hombre, y honrar nuestro compromiso de ser uno “hasta que la muerte nos separe”, debo procurar vivir en paz y tranquila, con él y conmigo misma. Porque, si no es así, no vale la pena seguir juntos. Esto nos ha llevado a tener un matrimonio estable y duradero, basado en el amor, la amistad, y el compañerismo. Pero, créeme, no ha sido nada fácil.
Creo que, tal como el matrimonio, así también es la vida eclesiástica. Pertenecer a una iglesia es un proceso de conocerse, establecer relaciones, crecer, desarrollarse, trabajar mucho, y encontrar nuestras expectativas y necesidades espirituales cubiertas. Como cristiana, yo necesito una comunidad nutritiva de creyentes en la que yo pueda ser parte integral, donde pueda encontrar las herramientas necesarias para vivir en este mundo sin ser parte de él, y donde, además, yo pueda cumplir con la Gran Comisión.
Yo pertenezco a una iglesia porque necesito el compañerismo cristiano, para crecer amparada en una comunidad de personas que experimentan los mismos retos de vivir en este mundo, tal como lo hace el salmón, contra corriente, con valores y principios que contradicen a los que rigen a esta sociedad global. En la iglesia encuentro personas que creen en lo que la Biblia dice, que se guían por los mismos principios bíblicos que yo considero importantes. Pero, ¿qué sucede cuando la iglesia, y su liderazgo, dejan de ayudarme a crecer, y ya no reflejan lo que creo importante para mi persona? Como en el matrimonio, y en cualquier otra organización social y humana, la iglesia puede llegar a ser una lucha en vez de una bendición.
Recuerdo la primera vez que llegué de visita a mi iglesia actual. Como ya lo he mencionado en una publicación anterior, lo más impactante fue ver el amor y el compañerismo entre los hermanos. La manera como nos recibieron fue sumamente amable y bondadosa, y nos hicieron sentir como parte de esa comunidad casi inmediatamente. Pero, personalmente, lo que me hizo permanecer en esa iglesia fue lo poderosa y acertada predicación de su pastor. Su enseñanza en el púlpito era bíblicamente centrada, bien informada, seria y amena a la vez. El pastor, sin lugar a dudas, era un líder por medio del cual yo podía crecer y desarrollarme como una cristiana integral.
Ya han pasado 13 años desde ese primer domingo, y como en mi matrimonio, son muchas las cosas que he vivido en mi iglesia. Esa comunidad de creyentes me ha acogido amorosamente, me ha aceptado sin condiciones, y ha tenido la bondad de hacerme uno de sus líderes. Esa iglesia me dio acceso al Instituto Bíblico, y también ha permitido mi desarrollo y consolidación como maestra. La experiencia eclesiástica en gran parte ha sido muy buena.
La relación con mi pastor también ha sido satisfactoria. Hemos trabajado juntos por muchos años, hemos compartido puntos de vista y visiones ministeriales con libertad y respeto, hemos tenido apertura y madurez para establecer nuestro parecer en muchos puntos contrarios. Esto ha sido así siempre. Pero, ¿qué si no fuese así? ¿Cómo manejar las diferencias en el seno de la iglesia, dentro del liderazgo, y con el cuerpo eclesial completo?
Lo primero que tenemos que entender es que no somos nadie para decirle a un pastor qué hacer y cómo llevar su iglesia… Se debe respetar la autoridad que le ha sido dada, entender que el Señor trabaja a través de ese pastor. Aunque tengamos algunos criterios que difieran por mucho con los del pastor, y con la línea de enseñanzas y predicaciones que él esté impartiendo en la iglesia, todo creyente debe ser prudente al tratar estas diferencias con el liderazgo. ¿Qué hacer entonces? Lo prudente es hablar, discutir, establecer puntos de vista, para ver si se llega a un acuerdo entre los dos, la oveja y su pastor.
A diferencia de mi matrimonio, los diálogos e intercambios con los líderes deben ser muy amistosos, amables y respetuosos (el pastor y yo jamás nos hemos gritado, ni nos hemos acusado de fallas, como sí ha pasado en mi relación de pareja), aunque los acuerdos no se den, aunque no se puedan ver cara a cara y encontrar un punto medio en los desacuerdos. El pastor tiene la visión, él es el que sabe por dónde Dios quiere llevar a su iglesia. A veces, no he logrado ver la visión de mi pastor, él es sólo un ser humano tratando de servir al Señor. Como ya lo dije, yo necesito vivir una vida eclesiástica en paz, porque si no es así, no vale la pena congregarse. La pregunta que me ronda en la cabeza es, ¿será que podemos llegar a ser tan obtusos y prepotentes como para no ceder? ¿Acaso no podemos quedarnos tranquilos en una iglesia, y disfrutar del compañerismo de nuestros hermanos?
En Mateo, Jesús nos enseña cómo dirimir los conflictos, mediante el diálogo por medio de testigos. Pablo comparó a la iglesia con un edificio, cuya piedra angular es el Señor; y también la comparó con un cuerpo orquestado y unido, cuya cabeza es Cristo. Jesús siempre habló de unidad, que se modela a partir de la unidad del Padre y del Hijo. Sin embargo, las diferencias en la comunidad eclesiástica no son extrañas, todo contingente humano sano pasa por sus conflictos. La iglesia de Corinto es un ejemplo perfecto de unidad en la diversidad, y en los retos de una sociedad plural, mundana y conflictuada.
Evodia y Síntique eran dos hermanas en Cristo a quienes Pablo rogó se pusieran de acuerdo en medio del trabajo eclesiástico. Juan Marcos ocasionó una ruptura entre Bernabé y Pablo, que luego se zanjó cuando el joven misionero maduró, hasta hacerse indispensable para el exigente apóstol de los gentiles. Muchas iglesias en el primer siglo se encontraron con el embate feroz de corrientes doctrinales y filosóficas contrarias a El Camino dentro de su seno. Es que, los conflictos y los desacuerdos son parte de la vida. Lo que hay que saber es cómo enfrentarlos y salir airosos de ellos.
La verdad es que no fácil enfrentar conflictos en el seno de la iglesia. Y si no se puede llegar a un acuerdo, ¿qué se puede hacer? ¿Nos vamos o nos quedamos? ¿Luchamos o traicionamos nuestro criterio? ¿Nos quedamos, disfrutando del compañerismo, sin prestar atención a lo que dice o piensa el pastor? Créeme, dejar una iglesia no es nada fácil ni agradable. Muchas veces yo he querido tirar la toalla, claudicar y no asistir más a mi iglesia, pero pienso, ¿gano algo con ello? Una vez tomamos, mi esposo y yo, la decisión de cambiar de iglesia… Aún recuerdo lo duro que fue. Alguien me dijo que irse de una congregación es como pasar por un divorcio… Espero que, si es así, siempre se pueda evitar el llegar a un punto de no retorno.
Y tú, ¿qué opinas de todo esto?
2 respuestas a «Diferencias irreconciliables»
Esta reflexión es muy importante en un tiempo donde la iglesia, así como él matrimonio ha perdido importancia, seriedad y compromiso. Los más fácil es pensar: «no me va bien? Es hora de la separación. No me haces feliz? Me busco otra cosa que si me haga feliz. Y sabemos que la concepcion de nuestro Padre celestial no es esa.
Siendo una persona que estuvo apartada de la iglesia por varios años haber regresado finalmente a uno de ellas ha significado un reto como dices, lo único que no quiero es volver a experimentar un nuevo «divorcio» mi deseo es honrar mi compromiso con Jesucristo que es la cabeza y con su cuerpo del cual ahora soy nuevamente miembro.
Jesucristo enseñó a los fariseos, un día que intentaron nuevamente hacerlo caer, que Moisés había permitido el divorcio por la dureza del corazón del hombre y yo solo le pido a nuestro Padre que me de un corazón tierno, limpio y obediente para honrar este compromiso «hasta que la muerte nos separe» Creo que allí pudiese estar la clave, en cuán duro pudiese ser nuestro corazón, que tan profundo es nuestro compromiso y con quien es ese compromiso.
Gracias por expresarlo tan bien.
Dios te bendiga
Interesante mi Estimada Retórica!!!