“La verdadera sabiduría está en saber que no se sabe nada”. Sócrates
Me inscribí en un diplomado en filosofía. Cada semana asisto a clases y veo estupefacta cómo se abre ante mí un abanico enorme de propuestas, conceptos, filósofos y posturas, que se suceden de manera estrepitosa y no me dejan pensar cuidadosamente. ¡Qué ironía! La filosofía me resulta tan abrumadora que no puedo pensar… Los profesores son tan educados, tan leídos, tan académicos que atreverse a abrir la boca es un ejercicio de osadía incauta, sólo reservado a unos pocos valientes. ¡Pero por Dios!… ya me conoces, yo no puedo quedarme callada, aún y cuando sé, con certeza, que no sé nada de nada. Allí es donde Sócrates y yo saltamos al vacío tomados de la mano.
Y no te creas, si el asunto está en hacerse preguntas y cavilar por lo más nimio, allí no me gana nadie. Desde siempre cuestiono todo y mis posturas van solas por el mundo como alma en pena. ¿Cuántas veces no me he sentido como una isla, una persona que piensa de manera insólita y que todos consideran un bicho raro? Y como siempre hay que culpar a alguien de los propios defectos, creo que es importante mencionar (en mi defensa, ¡no faltaba más!) que mis padres me criaron así, para pensar y expresarme sin pena ni mucho miramiento. ¡Mi padre no podría creer lo poco articulada que su hija se presenta en la dichosa clase de filosofía!
Pero a veces no es un asunto de articulación sino de reacomodo de los esquemas y paradigmas que me acompañan empecinadamente a clases. Cada creencia, cada visión (personal o colectiva, da igual) es desafiada furiosamente por estos señores que me extasían con su erudición. Ya ni siquiera espero pasar el nivel. Yo lo único que quiero en estos momentos es entender dónde estoy parada y cómo puedo mantenerme en pie sin perder un ápice de lo que soy. El problema es que creo que ya no sé quién soy y qué creo.
Mi esposo, la persona más práctica y terrenal del mundo, me pregunta asertivamente qué carambas hago yo estudiando eso, “¿de qué te sirve tanto rollo?”, me dice. Yo le respondo que me anima la discusión de altura, aunque yo y mis ideas se encuentren en un valle confuso. Mi amiga Sandra se echó a reír a carcajada batiente. “A estas alturas de mi vida yo quiero llevar una vida tranquila, sin pensar, sin rollos”, me dijo. Si supiera que yo también… Pero, ¿qué te puedo decir? Me gustan los desafíos.
Y justamente son los desafíos los que me animan. No te confundas, he hecho mis estudios, he leído extensamente y de todo, he viajado y visto mundo, he tenido tiempo para crecer en todo sentido, después de todo ya no soy una niña. Pero, al estudiar filosofía, es mi fe la que más se estremece. No porque vaya a tirar todo por la borda y ahora pretenda abrazar apasionadamente la filosofía como el norte último, sino porque ahora todo lo que creo se somete a un escrutinio invasivo que sí, me hace pensar.
En nuestra última clase quedamos tan motivados que tomamos el chat de WhatsApp del grupo de filosofía (que fue creado principalmente para pasar notificaciones de interés general) y comenzamos una discusión a partir de una imagen que reflexionaba sobre cómo la mitología, la religión y la ciencia abordan el problema de la realidad. Uno de los profesores salió al ruedo entusiasmado y propició gran parte del intercambio. En un punto alguien preguntó cuál era realmente el origen de todo, y yo respondí, cauta, que eso podía tener una respuesta desde la fe… Y allí quedó todo. Era tarde ya y el profesor prometió continuar la discusión en la próxima clase.
Llevo mucho tiempo sometiendo todo plácida y cómodamente a lo que la Biblia dice. No, no es que sea una persona ignorante y obtusa que se deja llevar por lo que dice UN solo libro (¡la edad media quedó atrás hace muchísimo tiempo!), pero sí creo con mucha certeza que en Dios está la respuesta a muchas, sino todas, las interrogantes de la vida. Creo que la Biblia es la Palabra de Dios y que él, Dios, tiene autoridad sobre mi vida (aunque muchas veces no quiera seguir sus directrices). Allí es donde estoy firmemente parada, estoicamente de pie, como esos muñecos plásticos que tienen un peso en el fondo y nunca caen, por más trompadas que se les propine.
Bueno, con esa certeza, con esa fe voy a clase de filosofía cada semana. Escucho, pregunto, pienso, y con cada interrogante siempre es la fe la que sale de mis poros, siempre es Dios quien me susurra la respuesta, su postura, su voluntad. Los profesores no están al tanto de esta pugna, pero estoy segura que cuando se enteren la incorporarán al foro, porque son abiertos, amplios y hombres de fe también.
Aún no sé mucho, pero sí sé que en la filosofía la duda es monumental, es el motor que mueve todo. Dios nos ha dado la capacidad de reflexión, de razonamiento, nos hizo personas pensantes, cuestionadoras, inquietas. Nos dio un espíritu que indaga, que se pregunta sobre sí mismo y que busca comprender al mundo que lo rodea. Bueno, en eso ando, tratando de seguirle el paso a tanto pensador, tanto pepito preguntón que me precedió y preparó el camino para que yo lo transitara, no porque todo esté ya resuelto, sino más bien porque aún queda mucho por transitar y resolver. ¡No creo que yo pueda aportar nada nuevo, no! Pero sí me aventuro a aprender de los grandes pensadores, y humilde me incorporo a la labor reflexiva para comprender, sólo para eso, para comprender.
Y en nuestra clase no todo es academia. Ya nos estamos conociendo, ya queremos compartir café y fruta picada con queso, sí ¡con queso! Ya intercambiamos posturas sin temor, ya hay una camaradería incipiente que con seguridad se instalará para hacer del encuentro educativo un placer irresistible.
¡Sócrates, te ruego no me sueltes…!
4 respuestas a «Sólo sé que no sé nada»
Es un refrigerio leerte. Te confieso que siempre te vi y te veré como un bicho raro, pero con mucho amor. Sé que ahora mismo queda mucho por saber, pero gracias por compartir lo que hasta ahora sabes. Te abrazo Helen.
Hola buenas tardes Francis, excelente tu discurso, creo que para ser según tu, poco conocedora de la materia, haces un brillante recorrido e impecable interpretación de tu postura y el sentido que para ti tiene esa extraordinaria experiencia. Te felicito, me gustó mucho.
¡Fascinante!
Por un momento en uno de tus párrafos creí estár leyendo a Salomón 🙂 y luego, en un abrir y cerrar de ojos sintiéndome parte de tu relato.
Gracias por instruirnos, deleitarnos y pasearnos agradablemente a través de tus líneas.
Un gran abrazo.
Iluminó mi día este artículo….y mi mente!