“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires, la juzgo tan eterna como el agua y como el aire”, Jorge Luis Borges.
Lo que más me ha sorprendido de mis paseos por estos lares es la historia que rezuma de sus rendijas. Todo en Buenos Aires es memoria y vestigio de un pasado que se niega a desaparecer de la mente y vida de sus habitantes. Y no siempre son recuerdos hermosos los que evoca la memoria de esta ciudad. A veces son tristes, penosos, otros tantos son hermosos, cargados de un sentimiento que se empeña en perdurar muy a pesar del paso del tiempo.
En una visita guiada a la Biblioteca Mariano Moreno, me sorprendió encontrar el escritorio y la biblioteca personal de Borges, como un tesoro nacional incalculable. Allí se exhiben dos máquinas de escribir antiquísimas y muchos de sus efectos personales. Porque es que Buenos Aires se empeña en exaltar y resguardar aquello que le ha dado brillo, es una ciudad que respeta a sus habitantes ilustres y no repara en regar sus guiños de complicidad y orgullo a lo largo y ancho de su urbe.
Los edificios en Buenos Aires son antiguos, grandes e imponentes, con cargas históricas indiscutibles. Muchos de ellos gozan de vida reciclada, como el antiguo mercado central de la ciudad, en Balvanera, que hoy es el Centro Comercial Abasto Shopping, moderno e igual de concurrido, tal como lo era antaño. De estos reciclajes urbanos ya hemos hablado bastante. Pero no todo pasado tiene repercusiones nacionales y colectivas. La memoria también se alimenta de lo privado, de lo cotidiano, de lo familiar. Y es allí donde yo me extasío, enamorada eterna de aquello que no viví pero que me cautiva.
En San Telmo, icónico barrio porteño, está una de las ferias más importantes y reconocidas de Latinoamérica. Va por toda la Calle Defensa, hermosamente empedrada, que comienza por uno de los costados de Plaza de Mayo, cerquita de Casa Rosada. Cada domingo San Telmo se viste de fiesta para recibir a todos, propios y ajenos, a su comercio de calle, a cielo abierto. Allí la artesanía, el color y el bullicio palpitante se dan cita para otorgar una de las experiencias más enriquecedoras que ofrece la ciudad.
Esta es una feria mundana, que reúne en un solo lugar un amasijo humano variado e internacional. Allí escuchas tantos dialectos del español que a ratos olvidas donde te encuentras. La calle se llena de sonidos disímiles, de personas hablando inglés, francés, alemán, holandés, abriéndose paso, cortando barreras, haciéndose entender en una fiesta cultural que haría palidecer de envidia a las Naciones Unidas. Es que San Telmo es una convocatoria popular y obligada, maravillosa, con una oferta dominical irresistible.
La feria cuenta con puestos uniformes otorgados por la ciudad. Allí se vende de todo, artesanías, artículos de cuero, ropa, accesorios, entre otras cosas. Unos puestos son pequeñitos, atendidos por sus dueños. Otros son grandes y ofrecen su mercancía abarrotada, dispar y colorida. San Telmo está preparado para todo, en sus predios comerciales cualquier cosa deliciosa puede pasar.
En una de sus esquinas, que recibe parte de la feria en su cruce, se puede encontrar una banca de parque donde te espera un personaje muy peculiar con sus amigos… Mafalda, Manolito y Susanita están allí, invitando a todos a posar a su lado. La gente se sienta y se toma fotos con los personajes inmortales del genio de Quino. Mafalda es protagonista de excepción de San Telmo. Llevarse un souvenir con su imagen y su acostumbrada neurosis es un “must” de la feria.
Pero no es esa feria la que me cautivó… Más allá de Defensa, adentrándose en los vericuetos de San Telmo, se encuentra la feria de antigüedades que aloja la Plaza Dorrego. ¡Qué lugar tan fascinante! Allí se encuentra la historia privada y cotidiana de la ciudad, allí das un paseo por la historia personal y familiar de sus habitantes, que otorga ese morbo tan característico al observar la vida del otro. Esta especie de vouyerismo histórico te invade en Dorrego, haciéndote pasar horas entre libros, discos, relojes, cámaras, vajillas de porcelana, joyas, piezas de arte y baratijas antiguas que alguna vez poblaron las salas de estar de los abuelos.
Cada puesto se nutre de la historia de los objetos que exhibe… Que si el reloj que hay que dar cuerda y que aún funciona, que si la cajita de música que la abuela recibió de novia, aquel chal que vio tantas obras de teatro en Colón, las monedas ya en desuso que sólo algunos recuerdan. Todo, todo está allí, hablando de un pasado muy europeizado, contando secretos no develados hasta el momento, cautivando con un esplendor que ya no es, por más que nos empeñemos en emular.
Cuando visitas ferias así te das cuenta que las cosas ya no gozan de la fina manufactura de antes. Ya nada se hace de hierro forjado, ni de madera de cedro de una pieza, ni se pulen las agujas para que no rayen el vinilo, ni se escucha una obra clásica de una hermosa cajita con bailarina, no. Ahora cunde lo práctico por encima del diseño, lo económico ante el lujo, la serie y la repetición infinita sin gracia. Allí radica el encanto de las antigüedades… Son espejo de un pasado que no volverá, museos improvisados y genuinos que están en los rincones de cualquier vecindad, en la cómoda de aquella querida tía que guardaba sus recuerdos con celo cuidadoso. Y San Telmo las muestra orgulloso y las pone a disposición del mejor postor o del coleccionista acucioso, en el más feliz de los casos.
Después de recorrer los puestos y curucutear la historia ajena se puede comer en los muchos restaurantes que se encuentran en San Telmo. La oferta gastronómica es local y de mundo. Allí hay locales de grandes historias, con grandes personajes del acontecer cultural y político de Buenos Aires. Cada restaurante tiene su cuento, sus fotografías, su propio museo ancestral. Comer allí te hace sentir como un verdadero porteño, te da acceso a los mejores relatos de una Buenos Aires que ya fue y que no volverá. Ernesto Sábato recorrió sus muchos comederos, las calles de San Telmo eran suyas, para su disfrute personal.
San Telmo es comercio, es color humano, es gastronomía. Es recuerdo y memoria de una ciudad encantadora, cuyas calles vieron transitar grandes personajes nacionales, pero también seres privados, callados, no menos cruciales para una ciudad que se niega a olvidar y que vive a través de su historia y sus recuerdos.
¡Cómo te disfruto Buenos Aires!
4 respuestas a «San Telmo: La memoria de una ciudad»
Ohhh, qué gran paseo me he dado!
Gracias.
Uffffff! Cómo viajo de tu mano, con tus maravillosamente adjetivados relatos!
Hola amiga, un placer leerte. Excelente te felicito.
Saludos y un fuerte abrazo.
Bendiciones.
Hola Francis. Gracias por ese recorrido tan hermoso que hace vivir cada espacio y cada rincón de esa especial ciudad. Muy bueno.
Te felicito.