1.5 kilómetros de historia, gastronomía y color local inigualables
Caminar es indispensable cuando se viaja. Patear la calle se convierte en un “must” si realmente se quiere conocer a un pueblo… Eso de andar en taxi no va con un buen turista. Armada con unos buenos zapatos y ropa cómoda y guerrera, no hay quien me pare, la verdad. Lo hice en México, en Italia, en Colombia, y Montevideo no se ha quedado atrás. En la primera semana aquí, fuimos un domingo al Parque Rodó, el parque de la ciudad. Para regresar a casa, bajamos a la rambla y casi llegamos a nuestro destino, pero la lluvia, que dominó gran parte de la tarde, no nos dejó continuar. Se camina, pero con buen clima, pues. Ese es un paseo del que escribiré más tarde. El paseo más hermoso hasta ahora ha sido el que hicimos por la Ciudad Vieja de Montevideo, caminata que comenzamos en el maravilloso Palacio Salvo y terminamos en el km. 0 de la rambla, en el puerto de Montevideo.
Al Palacio Salvo lo conocí el segundo día de estar aquí, sábado 20 de noviembre de 2021. Al Salvo lo vi y fue amor a primera vista. Está ubicado a un costado de la Plaza Independencia, al final de la maravillosa avenida 18 de Julio. Está emplazado en los terrenos de la antigua cafetería La Giralda, donde se compuso el famoso tango La Cumparsita. Fue inaugurado en 1928 para ser un gran hotel, sólo que nunca logró serlo en su totalidad. Es un espectacular edificio con una imponente torre que se construyó para ser de guía a los muchos barcos que se acercaban al puerto del Río de la Plata. Bruno, un montevideano que conocí ese mismo día, me habló del Salvo con pasión, ya que él había vivido allí en algún momento de su vida. Allí supe que, en ese emblemático lugar, en el piso 7, habita un fantasma que pulula por sus pasillos y que hace apariciones los 29 de cada mes. ¡Muy predecible todo!
Indudablemente, el Salvo está rodeado de muchas historias que desafían la imaginación colectiva del montevideano. Son casi 100 años de historia para un edificio que en su momento fue el más alto de Latinoamérica y que se ha convertido en la estampa viva de la ciudad. Allí conviven numerosos restaurantes, un museo del tango, un billar, y ya es un secreto a voces que alberga al menos un prostíbulo. El Palacio Salvo curiosamente no pertenece al Uruguay. Sus dueños habitan el edificio en áreas hermosamente decoradas, orgullosos de poseer el edificio más famoso e importante del país.
Justo al frente del Salvo, nos encontramos con la Plaza Independencia, la más importante, con el monolito del General José Artigas, héroe de la independencia nacional. La plaza está rodeada de 33 palmeras, de las cuales parece haber más de una interpretación en cuanto a su razón de ser. Unos dicen que 33 fueron los aguerridos orientales que defendieron la ciudad, y que junto a Artigas simbolizan la defensa de Montevideo. Otros aseguran que los fundadores de la ciudad tenían claras afiliaciones con los masones, siendo el 33 su grado máximo. Sea como sea, hay un Departamento en el país que se llama Treinta y Tres. La Plaza Independencia es amplia, con hermosos jardines y bancas diseminadas por todo el lugar. Es un lugar de encuentro obligado para locales y visitantes por igual. A mí sus palmeras me fascinan.
Bajo la Plaza Independencia se encuentra el Mausoleo de Artigas, donde reposan los restos del héroe en permanente capilla ardiente, custodiado por dos soldados del Regimiento de Blandengues de Artigas, solemnemente vestidos de gala. El Mausoleo muestra inscripciones en sus paredes que cuentan los episodios más resaltantes y heroicos del General. Artigas murió en 1850 en el Paraguay, tras un largo y penoso exilio. Sus restos fueron repatriados en 1855, y desde 2012 reposan debidamente honrados en su Mausoleo. El lugar es solemne, pero sorpresivamente permiten el diálogo a sus visitantes. Nosotros fuimos y comentamos todo lo que quisimos, maravillados de tanta honra, ante la presencia impávida de los soldados custodios.
A la salida de la Plaza Independencia se encuentra la hermosa Puerta de la Ciudadela de Montevideo, aún en pie, a pesar del paso inclemente del tiempo. Esta puerta formaba parte de una fortaleza militar construida por los españoles para la defensa de la ciudad durante el siglo XVIII. En 1877 se demolieron las murallas, y en 1879 la Puerta fue trasladada a la entrada de la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad. En 1959 fue mudada a su lugar original, con restauraciones importantes en el 2009.
El mundo está lleno de Puertas como ésta, sobre todo en Europa, pero encontrar esta entrada en América del Sur me hace soñar en pasados comunes que nos unen como un solo pueblo. No sé… ¿Es válido enorgullecerse de nuestro pasado colonial? ¿O lo desestimamos por considerarlo un atropello a nuestra idiosincrasia? Los traductores indígenas con los que trabajo siempre tienen mucho que decir sobre el asunto. (Por cierto, no hay indígenas en el Uruguay… Fueron convenientemente exterminados). De nuevo, ¿vale la pena juzgar a la historia a estas alturas?
La Puerta de la Ciudadela es entrada imponente a la Ciudad Vieja de Montevideo. Es un paseo hermoso, con calles empedradas, edificios muy viejos de mampostería, con bellos balcones en hierro forjado, ornamentados con flores de colores, ventanales con puertas de romanilla y habitantes que se asoman curiosos a medir el pulso de su histórica ciudad. Pero, no te confundas… Este boulevard está repleto de tiendas modernas que de alguna manera han respetado la fachada histórica del lugar. La calle está repleta de locales, haciendo su vida, y de turistas que ven todo con ojos abiertos llenos de envidia, envidia de una vida que luce vibrante y colorida.
Bajando por ese boulevard, nos encontramos con la Plaza Constitución, o Matriz, antigua plazoleta española, con el Cabildo de la ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo, en los tiempos del Virreinato del Río de la Plata. El Cabildo… Institución irreductiblemente española que gobernó los destinos la colonia hispana en gran parte de América. En ese edificio hay un hermoso museo que cuenta la vida histórica del lugar, hay una muestra cartográfica del país, y lo más impresionante, la sala del Cabildo, todo original de la época, con sillas de madera y asientos de cojines rojos, pisos de madera que debieron resonar al paso de los tacones de los cabilderos que hicieron vida política allí… La historia viva ante mis ojos incrédulos y conmovidos.
Salimos del Cabildo y a través de la Plaza Matriz para continuar por el mismo boulevard empedrado de antaño. Después de la plaza, el paseo pasa de lo histórico a lo bohemio, con restaurantes y cafés regados, dominando las aceras de manera grosera y definitiva. Ventas improvisadas pueblan la calle, con mercadería variopinta y caprichosa. Baratijas, libros usados, ropa de segunda mano, frutas y hortalizas, todos allí, conviviendo caóticamente en un lugar que seguramente vivió un pasado más elegante. El espacio es fascinante por demás. La gente se habla en las calles, de una acera a otra, mientras el turista desapercibido absorbe todo sin entender nada.
Hacia el final del boulevard, nos encontramos con el Mercado del Puerto. Una edificación de hierro, innovador para la época de su construcción, que se dice iba a alojar un ferrocarril. El mercado se inauguró en 1856 y aloja lo mejor de la gastronomía de la ciudad. Cuenta con artistas locales que venden sus obras a los transeúntes y una gran cantidad de restaurantes de carne que ofrecen el reputado asado uruguayo, con un vinillo tinto de muerte. Además, cuenta con tiendas de artesanías locales, haciendo del lugar un reducto turístico necesario y obligado. Allí comimos un asado maravilloso, con una selección cuidadosa de las mejores partes de reses vacunas, carnes frescas y tiernas, con un sabor inigualable. Yo no soy de carnes rojas, y sin embargo, quedé fascinada con el almuerzo.
El Puerto de Montevideo está a unos pocos pasos de allí, marcando el kilómetro 0 de la Rambla. Allí se ven barcos de carga, y gente pescando ociosamente mientras toma su mate. Allí llegan también los cruceros, llenos de turistas de paso, que hacen este mismo recorrido que hicimos nosotros, sólo que a la inversa.
En este paseo nos acompañó Gabriel, un antiguo compañero de universidad de Roger que vive en Santiago y visitaba la ciudad por trabajo. Las fotos de esta entrega, las primeras que muestro, son tomadas por él, quien me las cedió gustoso cuando le hablé de este blog.
San Felipe y Santiago de Montevideo, ¡cómo me gustas!