“La gente quedó maravillada de su enseñanza, porque Jesús enseñaba con autoridad, y no como los maestros de la ley”. Marcos 1:22
Existen hoy en día maneras novedosas para aproximarse al texto bíblico. La crítica de la representación, de la que ya he hablado anteriormente, considera que, si se lee la Biblia con la correcta entonación, de acuerdo al contexto, se puede entender la motivación primaria del autor humano y también inferir la reacción de audiencia que escuchó las palabras por primera vez. Esto es especialmente cierto en el caso de las palabras pronunciadas por Jesús que recogen los cuatro evangelios.
En el Sermón del Monte, discurso que se recoge en forma suelta en Lucas y Marcos pero que Mateo organiza como una sola unidad, Jesús dice cosas muy atrevidas para los oídos de la gente de Su tiempo, ese discurso rompe todos los paradigmas existentes desde el punto de vista religioso y social. La reacción de la audiencia no sólo fue favorable, sino también inmediata. Probablemente murmuraban y comentaban el contenido del discurso, pues notaron que ésta no era ni parecida a la que enseñaban los maestros de la época.
Los escribas habían hecho de la ley de Dios, sucintamente expresada en 10 mandamientos, un pesado mamotreto de cláusulas y reglamentos que alcanzaba a tener más de 600 leyes. Muchas de estas consideraciones estaban expresadas a manera de prohibiciones y habían sido manipuladas y torcidas para calzar los intereses de sus duros corazones (como es el caso de la ley concerniente al divorcio).
La enseñanza de Jesús es como maná fresco para una audiencia cansada y hambrienta: nutritivo, completo, integral. Expresado de manera positiva, la doctrina del Señor evita decir “NO” y más bien distingue claramente que lo que cuenta es la intención primaria de Dios (una exegesis sana) y no aquellas interpretaciones viciadas que el tiempo, la maña y el pecado habían hecho de la ley divina.
A lo largo de todo el discurso es reiterativa la manera como Jesús inicia cada uno de los puntos de su enseñanza con la frase “oísteis que fue dicho”, claramente refiriéndose a la aplicación que los escribas y maestros solían hacer de la ley. Cuando el Señor quería expresar su particular punto de vista sobre el asunto utilizaba la frase “pero yo os digo”, denotando Su autoridad al establecer el verdadero sentido que Dios quiso dar a Su ley. La palabra “autoridad” puede denotar derecho, poder, libertad, habilidad, energía, eficacia y dominio. Jesús demostró tener todas estas cualidades en la magistral exposición de Su Sermón del Monte. Pero, ¿dónde radica la autoridad de Jesús?
Jesús es el Maestro que maravilló a sus oyentes con la esencia, calidad y estilo de su instrucción. Él se adjudicó el derecho de enseñar la verdad absoluta de Dios, sin las medias tintas que teñían la enseñanza de los escribas. En la antigüedad, los maestros enseñaban a sus discípulos basados principalmente en maestros encumbrados que representaban escuelas de pensamiento que dictaminaban los paradigmas de su tiempo. Jesús no necesitó referirse a nadie para fundamentar Su autoridad
Jesús es el Cristo. El Señor sabía que había venido con una misión, Él era el ungido del que hablaba Isaías. En Jesús se encuentra el completo cumplimiento, no sólo de la profecía, sino también de la ley de Dios. Él es el Mesías que habría de venir a salvar a la humanidad, y Su lectura de Isaías en la sinagoga demostró cuán centrado estaba Jesús con la misión salvífica que le tocó ejecutar en el plan divino.
Jesús es el Señor. Él es el Señor del universo, el que tiene el dominio y el poder sobre todo y todos, y al que hay que obedecer. El Sermón del Monte tiene mandatos para ser obedecidos sin excusa, pues es doctrina expresa del Señor. El poema y canto que recogió Pablo en Filipenses 2:5-11 termina de manera excelsa y magistral estableciendo el señorío de Jesús, por lo cual todos se inclinan en reverencia.
Jesús es el Salvador. Jesús conocía el camino a la salvación, y lo enseñaba con autoridad. Sólo Él es el camino a la salvación. La Palabra de Dios repite vez tras vez que no hay otro nombre en el que se pueda ser salvo, además de que Jesús dijo que Él era el único camino al Padre.
Jesús es el Juez. Todo el Sermón del Monte habla del juicio final, y Jesús asume el papel de Juez en ese juicio. Llegará un día en que todos compareceremos ante el tribunal de Dios, porque todos tenemos que rendir cuentas de nuestros actos en esta tierra. Jesús tiene el papel de juez y abogado defensor de todos aquellos que hayan creído en Él.
Jesús es el Hijo de Dios. Jesús se refiere a Dios como “el Padre que está en los cielos” y como “Padre nuestro”, además de “mi Padre”. Esto ponía de muy mal humor a los maestros de la ley porque consideraban esta atribución de Jesús como una herejía y una blasfemia. Juan 3:16 dice que Dios envío a Su único Hijo.
Jesús es Dios. El Señor toma prerrogativas que corresponden sólo a Dios. Cuando, hacia el final de las bienaventuranzas, Jesús habla a sus discípulos sobre el sufrir dice: “cuando por mi causa la gente los insulte”. Jesús se coloca allí en Su papel de Dios.
La doctrina de Jesús no sólo es digna de admiración. Las enseñanzas del Sermón del Monte son para ser aplicadas y vividas en la cotidianidad de la vida del cristiano. La autoridad de su Predicador así nos lo enseña, y por eso debemos obedecerle. La autoridad de Jesús tiene que ver con Su Persona.Jesús nunca negó ni escondió quien es. Él siempre usó plenamente sus atributos para enseñar sobre sí mismo y Su reino, sin abusar de su autoridad. Jesús es el Señor de todo lo creado.Él es el Señor de nuestras vidas, y como tal tiene derecho a decirnos cuál es su voluntad y cómo vivir nuestras vidas como dignos ciudadanos del reino de Dios.
No hay una autoridad igual sobre la tierra.