“Cada vez que pienses que algún idioma es extraño, recuerda que el tuyo es igual de extraño, solo que estás acostumbrado a él”.
Toda mi vida adulta, profesional he trabajado con el lenguaje y los idiomas. Recién graduada y por más de 25 años trabajé en la enseñanza del idioma inglés, y ahora colaboro con la traducción bíblica en algunas etnias venezolanas. El lenguaje y la comunicación ha sido parte integral e importante de mi ser. Desde muy pequeña mi madre insistió en que sus hijos aprendieran inglés, creo que porque ella misma anhelaba hablarlo. Yo me enamoré de los idiomas, porque la verdad es que hablar en otras lenguas con efectividad produce un placer y una adrenalina embriagante.
Eso de ser bilingüe es algo difícil de explicar. Es como si tu ventana de acceso comunicacional, de cara al mundo exterior, fuera más amplia, con más recursos y posibilidades. Muchas veces tengo el televisor encendido y mi mente parece no distinguir el idioma del programa que estoy viendo, porque mi nivel de comprensión es casi tan funcional en inglés como lo es en español. Por eso me incomoda mucho ver programación en alemán o coreano porque tengo que leer los subtítulos con atención, y si me distraigo, aunque sea un poquito, ya me pierdo la trama y no me entero de nada. ¡Con lo buenas que son esas series sur coreanas!
Sin embargo, no te creas, cuando se habla otro idioma diferente al materno, siempre se tiene la sensación de que no se logra comunicar plenamente lo que se quiere decir, y entonces la recurrencia a la lengua propia suele asaltar nuestra mente y pensamientos, como diciendo: “Dilo en español, dilo en tu idioma”. Esto suele ser un proceso un tanto frustrante porque, si bien eres muy fluido y articulado en tu idioma, en otro puedes sólo expresarte como un niño en edad escolar, o un adulto con una educación muy limitada, en el mejor de los escenarios.
Aún recuerdo mis años en la universidad, donde debíamos expresar ideas claras y con coherencia en español, inglés y francés, con la inmadurez propia de la adolescencia, y la mirada de desaprobación de profesores políglotas, de mundo, y muy exigentes, ¡a más no poder! Era frustrante no poder expresarse con fluidez, porque muchas de nuestras ideas eran muy buenas, pero los límites del conocimiento de la segunda lengua entorpecían la expresión de las mismas.
Es que, si bien hablar otros idiomas es un placer, la lengua materna es vital e indiscutiblemente superior y más valiosa para cualquier nativo. Cuando leo en español, me gusta regodearme en las palabras, percibir los diferentes sentidos, disfrutar los mensajes subyacentes, el entre líneas, pues. Y cuando leo en inglés entiendo todo a la perfección, pero es mucho lo que pierdo, y las palabras no me cautivan, esa es la verdad. La poesía no me dice nada, y las malas palabras mucho menos. Quizás es por eso que las personas bilingües usan las groserías en su segunda lengua con absoluta impunidad, porque no suenan a nada, no son sucias como las malas palabras en el idioma materno.
Ahora, en todos los años que llevo en esto de la enseñanza de idiomas, me he percatado de un fenómeno relativamente nuevo, que no noté en mis años de docente. Estas nuevas generaciones (los millenials y los que vienen después de ellos) aprenden idiomas con una facilidad asombrosa. Son ciudadanos del mundo global, están expuestos a realidades y culturas muy plurales, las redes sociales les han proporcionado esa ventana amplia a la que me refería en un párrafo anterior. Tienen un vocabulario extenso, entienden muchos detalles culturales, esenciales para comprender cómo funcionan los idiomas y la comunicación. Eso es algo que yo no experimenté como estudiante y que no vi tampoco en mis primeros alumnos.
Esto de aprender inglés casi que, por ósmosis, es el caso de Valentina, la novia de mi hijo Juan Carlos. Esa chica habla muy bien, es fluida, puede llevar una conversación a la perfección, y según su madre, ella nunca entró a un curso formal de inglés. ¿Cómo lo logran estos chicos? Tienen muchas ventajas, la verdad. Mis hijos estudiaron inglés por muchos, muchos años, a la par con su escolaridad formal, y también tuvieron ese plus de lo globalizado que hizo de su aprendizaje una experiencia exenta de traumas y dramas.
El hablar varios idiomas siempre ha sido importante, sobre todo en sociedades imperiales como la del entorno cultural del Nuevo Testamento. El imperio romano arropó una gran parte del mundo conocido para ese entonces, Europa, Asia y África, y por lo extenso de su territorio, ellos adoptaron el griego como lengua franca. En el tiempo de Jesús, una persona promedio podía manejar y tener acceso al menos a dos idiomas, el local de su provincia, y el imperial, el de la hegemonía greco romana.
En el Antiguo Testamento, la experiencia comunicacional no era tan globalizada, sin embargo, los gobiernos con hegemonías amplias solían traducir todos los documentos oficiales a cuantos idiomas y culturas arropara su poder. Tal era el caso de los edictos reales que se presentan en los libros de Daniel, Ester y Crónicas, Todas las naciones, los pueblos y las lenguas se enteraban en su propio idioma lo que los pregoneros anunciaban a viva voz por todos los rincones del reino.
Es que para Dios el lenguaje humano y los idiomas son algo de suma importancia. Uno de los elementos que sostiene ideológica y doctrinalmente a la traducción bíblica es el hecho escatológico. Todo pueblo, lengua y nación debe tener acceso a la Palabra de Dios en su propio idioma, antes de que Cristo venga al mundo por segunda vez. El libro de Apocalipsis narra que todos los creyentes de cada nación del mundo estarán allí presentes, junto al Cordero. Todos tienen derecho a escuchar las Buenas Nuevas de Dios en su propio idioma.
Oye, no quiero que pienses que hablo de ser bilingüe como algo especial. No, ese no es el tono de este escrito. Para mí es sólo una profesión para lo cual me preparé y de la cual disfruto muchísimo. Pero, créeme, hay muchas cosas que no puedo hacer, y muchas carreras universitarias que estuvieron fuera de mi alcance intelectual. Algún día te contaré mi frustración con las matemáticas y las ciencias… ¡De terror!
Dime, ¿qué tanto disfrutas tu idioma materno?
Una respuesta a «A toda lengua y nación»
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