“Mejor es el vecino cerca que el hermano lejos”. Proverbios 27:10
Mis hijos comenzaron y terminaron su escolaridad en el Colegio La Esperanza, ése que está en San José de Tarbes. Allí probaron las verdes y las maduras, aprendieron a socializar, a leer, a zafarse de lo que les fastidiaba y a abrazar aquello que los apasionaba. Pronto entendieron su entorno y se desarrollaron en él con la soltura que sólo da el tiempo. Allí jugaron, pelearon, lloraron, rieron, soñaron con el futuro y se fugaron una que otra vez. Ese colegio los vio entrar con la inocencia de los 4 años y los vio salir con la soberbia que se suele tener a los 17. Cada vez que paso por el frente me parece verlos en el patio del recreo con sus compañeros, Juan Carlos con ganas de ir a casa y Roger Andrés planeando su próxima tremendura.
Pero ese colegio era costoso y hubo una época que no pudimos seguir pagándolo. La coordinadora de primaria me llamó un día y me aconsejó buscar otro colegio mientras las cosas mejoraran económicamente. Me animó a ir a la Escuela Lisandro Ramírez, en el Trigal Centro (muy cerca de casa) y buscar cupo allí. Me aseguró que nadie sacaría a mis hijos de La Esperanza, pero que lo más responsable era que buscáramos otra alternativa escolar…. Bueno, al Lisandro Ramírez fui y encontré cupo para Roger Andrés en 4to. Grado y para Juan Carlos en 2do. Grado, en el turno de la tarde. La mañana ya estaba copada.
Oye, hubo que hacer muchos ajustes… Una prima educadora me orientó para que la transición no fuera dura para todos. El cambio de horario fue lo más difícil. Ya no tenían que despertarse tan temprano, pero si salían de la cama muy tarde no tenían tiempo para las tareas. Debían almorzar antes de ir a la escuela y llevar otro tipo de merienda, más ligera que las arepas que solían llevar al cole en la mañana. Los ajustes llevaron tiempo, pero poco a poco nos fuimos acostumbrando.
Una de las cosas que tuvieron que comenzar a hacer fue irse a la escuela caminando. El transporte ya no era tan necesario, la caminata era larga pero no tanto como para contratar a alguien que los llevara. Salían de casa como a las 12:30 y regresaban como a las 6. Eran unas 8 cuadras derechito, por la misma avenida de casa. Roger ya había sido comisionado para cuidar a Juan, después de todo él era el mayor. Mami Luz, la chica que los cuidó por más de 15 años, se quejó de la distancia y los peligros. Yo estaba francamente asustada, pero haciéndome la dura. Confiaba en que esos chicos podían hacerlo. Ya mi madre estaba en sobre aviso… Su casa quedaba a una distancia equidistante entre nuestra casa y la escuela. Los chicos debían hacer una parada allí si así lo requerían. En el Lisandro Ramírez estudiaron 3 años escolares. Las anécdotas que se desprenden de esa época de andar en el vecindario de arriba a abajo ya son legendarias.
Los vecinos ya estaban habituados a los dos hermanitos que caminaban con sus bultos en el calor del mediodía. Los veían subir y bajar, unas veces jugando, otras tantas peleando y Juan Carlos llorando. Roger Andrés siempre le hizo bullying y el trayecto era propicio para que él hiciera de las suyas con su hermano menor. Llegó un momento que todos me paraban para hablar sobre mis hijos: Lo lindo que se veían yendo seriecitos a la escuela, cómo iban por toda la calle jugando, hablando, siempre juntos, que si se cansaban y se sentaban en la acera a recobrar fuerzas, que “mire que están muy pequeños, que si no le da miedo”. La verdad es que lo pienso y no sé cómo no busqué un transporte.
En una ocasión una vecina que hacía transporte me ofreció llevarlos ida y vuelta, con una tarifa especial. Por un tiempo fueron con ella a la escuela, pero después no recuerdo qué pasó que no continuaron con ese transporte. Esa vecina siempre quiso a mis hijos y hasta hace poco siempre se recordó de ellos. Seguro se fue del país ya que no la he visto más. Su cuidado y preocupación siempre los he agradecido.
En otra oportunidad un muchacho que trabajaba en un kiosco de periódicos cercano a casa me dijo que él siempre los ayudaba a cruzar la calle, que los instaba a esperar el mejor momento para pasar, que los mantenía en el kiosco hasta que pudieran hacerlo sin peligro alguno. Muy a pesar de sus consejos, Roger y Juan siempre corrían de un extremo a otro de la calle. El chico del kiosco siempre, siempre estuvo atento.
Durante esos tres años de caminar y caminar fueron mucho las etapas que mis hijos quemaron. En la época de jugar y ruchar con metras ellas fueron grandes compañeras. Si debían descansar, nada mejor que hacerlo jugando una partidita, con la consabida llorantina… “que se me perdió la pepona, que Juan me ruchó mis metras, es que yo juego mejor que tú, que llévalas en tu bulto que el mío ya pesa bastante…”
Luego fue el trompo. Juan Carlos era un as del trompo y la fiebre fue inmensa. Ese trompo bailó a lo largo y ancho del camino, sin orden ni concierto, sin respeto a carros ni transeúntes. Un vecino me paró un día para contarme que vio cómo Juan enrolló el pabilo en el trompo, alzó el brazo con experticia y lo lanzó con fuerza. Pues, ¿qué te parece? El condenado trompo fue a rodar en el capó de un carro que estaba estacionado a unos pocos metros. La algarabía de los chicos fue increíble. El vecino me lo contó a carcajada batiente, recordando también cuando él mismo jugaba con su trompo unas décadas atrás.
Y así fue con la perinola (que no recuerdo que la hayan dominado), con pelotas, con tetris (¿los recuerdas?), con los tazos (que coleccionaron con pasión) y con las barajitas del álbum del momento. Es que cuando los niños se pegan con algo, pues no se despegan de eso jamás. Además de cargar con sus cosas, también recogían peroles de la basura. Una vez llegaron con un tambor, un instrumento musical, que botamos en el 2017 con las guarimbas, ¿qué tal? ¡Qué locos eran!
A lo largo de ese camino mis hijos pasaban por kioscos, panaderías, farmacias, comercios, abastos y una piñatería que vendía las chucherías muy baratas. La dueña de ese lugar era tan amable y linda con nosotros. Esa piñatería era lugar obligado para mis niños, y ella siempre los esperaba, los atendía y los aconsejaba acerca de ser prudentes en la calle. Luego me contaba cómo se portaban, lo que compraban y cómo compartían los dulces. Ella los veía también ir a las clases de inglés con sus morrales amarillos de Plaza Sésamo. Para ella Roger y Juan eran niños encantadores.
Más allá de la piñatería estaba un abasto de chinos. Siempre íbamos para allá a hacer compras y el chico, hijo de la dueña, siempre atendía a mis hijos cuando ellos pasaban a la escuela y viceversa. Roger y Juan eran famosos, por estar siempre juntos, por su camaradería, así como por sus peleas. Una vez la dueña de ese abasto me comentó cómo pelearon por un chicle y cómo ella zanjó la controversia regalando otro chicle al agraviado. En ese abasto hay una rampa donde mis hijos se lanzaban en patineta, sonrientes, felices. Los dueños nunca se quejaron de ese skate park improvisado. Roger y Juan ya eran parte integral del vecindario.
Tantos recuerdos hermosos… Aún vivimos en el mismo lugar, aunque los vecinos ya son otros, muchos se han ido. La gente de esta urbanización ha sido noble, nutritiva, atenta, y hasta chismosa. Muchas personas aún me preguntan por Roger y Juan, después de todo, los vieron crecer, hacerse adultos. No olvidan a esos chicos libres y felices que pasaban por la calle, con sus bultos, sus juguetes y sus risas contagiosas. Todavía deben preguntarse cómo es que sus padres permitían tanta libertad. Lo que no saben es lo mucho que nos preocupábamos, lo mucho que temíamos la llegada de noviembre y diciembre, cuando oscurecía ya a las 5:00, todo lo que oramos por la integridad de nuestros hijos.
Ah, no quiero terminar sin mencionar que, después de tres años, pudimos regresar al Colegio La Esperanza. Ellos esperaron a mis hijos con los brazos abiertos, sin exámenes, sin evaluaciones psicológicas de rigor. Roger y Juan habían regresado a casa. Eso sí, más sabios, más redomados, conocedores de las calles, sabiéndose protegidos por una comunidad que los amaba y aún los recuerda.
Es que la Palabra de Dios nunca se equivoca… Sí, antes que un hermano lejos, un vecino cerquita.
6 respuestas a «Un vecindario de lo más nutritivo»
Que bellas palabras y experiencia y ciertamente Dios cuido de ellos y esos vecinos atentos a los.niños cada vez que te leo me hacen llorar Dios te bendiga grandemente
Como siempre, exquisita lectura… Hoy tuve tiempo de leer temprano en mi Oficina mientras desayunaba y escuchaba una música instrumental que me hizo visualizar asombrosamente tu historia de hoy. Vi las calles y los espacios que describes y que conozco bien. Gracias. Realmente lo disfruté… Tienes un talento maravilloso, creo que sin duda, leería un libro escrito por ti.
¡Me encantó! Recuerdo que había estudiado en un colegio privado hasta el primer grado, y en el segundo, me cambiaron de colegio. Todo fue nuevo, temeroso, y bueno, el primer día me tocó pelear con un man que al llegar, me pateó sin más, obviamente nunca he sido tan tranquilo y le caí a golpe. Pero siempre he creído que para madurar, para crecer y para desarrollarse, hay que estar en el punto medio. Conocer la bonanza y la escasez.
Hola ,me capturó este escrito,que fascinante relato pude imaginar mientras leía, puesto que conozco muy bien a los personajes principales. No me salté nada al leerlo,te felicito por tu forma de plasmar en la escritura esas vivencias de Roger y Juan Carlos, pero sobretodo por el relato de como una comunidad estuvo atenta a ellos en el caminar por la misma a través de un tiempo, gracias por la parte reflexiva con respecto al pasaje bíblico y la realidad de nuestro entorno, como te repito para mi fue fascinante leerlo.
Aaaah, esos niños hermosos, cómo no cuidarlos!…todos los queríamos!…. perdón….LOS QUEREMOS! PIDO A DIOS ESTE PAIS, QUE FUE SU CASA, LOS VUELVA A ACOGER ENTRE SUS MÚLTIPLES BRAZOS!
Francis me hiciste volver al pasado, a mi niñez, a la infancia de mis hijos, ohhh que momentos de felicidad, sin dinero pero felices, se jugaba hasta con una flor y las hormigas (sera porque vivi en un pueblo, donde mis vecinos amigos y no tan amigos, aun viven alli fueron y son nutritivos).
Definitivamente, antes que un hermano lejos, un vecino cerquita.
Gracias por trasladarnos al mundo de la lectura, de manera amena y agradable. Mas aun poderla comparar con la Biblia, y su conocimiento que sigue vigente, en este tiempo donde algunos niños no conocen este maravilloso contacto con los vecinos ni la creación de Dios (la naturaleza)