“Estoy condenado a existir para siempre… estoy condenado a ser libre… No somos libres de cesar de ser libres”. Jean Paul Sartre.
Se nos ha pedido escribir sobre Jean Paul Sartre, y he escogido hacerlo a partir de su desarrollo acerca de la libertad del hombre, pero ¡cómo me ha costado! Sartre es uno de los más difíciles que me ha tocado estudiar porque nada de lo que desarrolló me ha hecho tilín… No estoy de acuerdo en nada con su filosofía. Su vida me parece triste, solitaria, egoísta. Creo que fue soberbio y que, como Foucault, diseñó su pensamiento para que éste calzara perfectamente con su ideal de vida… Me resulta un cínico de proporciones épicas. Sin embargo, encuentro brillante su acercamiento al existencialismo.
Muy inteligente, dicen que enamoraba a sus alumnas con su verbo fácil y su voz profunda. Una de las mujeres más esclarecidas de su generación lo amó hasta el final. Simone de Beauvoir, aquella pensadora que moldeó la segunda oleada feminista, con su famoso El Segundo Sexo (“No se nace, sino que se deviene mujer”), fue su compañera sentimental y racional. Dicen que ella influyó mucho en Sartre, lo cual no pongo en duda.
Jean Paul Sartre, es el famoso e infame filósofo y escritor francés, controvertido como el que más. Atado a su línea existencialista, propugna la libertad y la autenticidad como emblemas más distintivos de la existencia humana. Sartre asegura que la verdadera libertad en el hombre es aquella que está exenta de condicionamientos, sean estos esenciales o racionales. Proclama que somos seres autónomos, pues venimos de la nada, posibilidad que nos permite crearnos a nosotros mismos.
Es en este “crearnos a nosotros mismos” donde Sartre se empalma con Nietzsche y abraza la idea de un Dios que está muerto, precisamente para abrir la posibilidad de un hombre creador de su propia identidad, que no está en manos de un Dios creador y condicionante. Pero, contrario a Nietzsche, Sartre acaba con Dios y nunca abre la posibilidad de encontrarse con Él de nuevo, si la persona así lo considera, después de revisar todas las posibilidades a su alcance.
Consecuentemente, el llamado de Jean Paul es a existir auténticamente, impulsando al hombre a inventar su propia identidad. Aquí podemos ver algunos ecos de Heidegger, pero no del todo alineados con el pensamiento del alemán. Sartre busca vivir una vida auténtica porque está condenada a vivirla en libertad, no porque la muerte la influya.
“Existir auténticamente inventando nuestra propia identidad…” ¡Esa sí que es libertad! Pero, ¿acaso es una libertad posible? ¿Realmente puedo gozar de la libertad de vivir como me da la gana? Porque eso es lo que veo en Jean Paul… Vivió sin orden ni concierto, sin límites. Se dio el lujo soberbio de rechazar un Nobel, mantuvo en vilo a toda una generación con su pensamiento abierto, rompiendo esquemas a su paso. Pero, de nuevo, ¿es esa la libertad?
Cuando pienso en la libertad me siento embriagadoramente traviesa, la libertad evoca para mí la niñez despreocupada y feliz. Y cosa rara ésta, porque si alguien no puede ejercer su libertad es precisamente el niño. Pero quizás esta relación encuentra su asidero en esa deliciosa sensación de estar libre de responsabilidades agobiantes e imposibles, que sólo los niños criados en un entorno de respeto, atención y amor suelen gozar.
Otra imagen, muy parecida a la anterior, que se me viene a la mente es la libertad que un granuja como Tom Sawyer, el maravilloso personaje creado por Mark Twain, nos hace sentir al adentrarnos a sus páginas, llenas de aventuras y peligros. El gran Mississippi, imponente y caudaloso, sirve de fondo para narrar las escenas más coloridas, huyendo de la tía Polly y su constante perorata para llegar a hacer de él un hombre de bien. Tom, con su eterna pajilla en los labios, vive su vida libremente, de ataduras, de responsabilidades y de futuro. Es “el aquí y el ahora” en su máxima expresión. Es la imagen más fiel del romanticismo literario.
Hay incluso otra imagen más, la que presenta Jesús en sus enigmáticas palabras recogidas por Juan. Él hace un llamado a seguirle para poder ser así sus verdaderos discípulos, para poder acceder a él (“Yo soy el camino, la verdad y la vida”) y ser verdaderamente libres. ¿Libres de qué? Quizás del pecado, como Pablo lo desarrolla en su carta a los Romanos. Quizás de una vida sin sentido, quizás de una vida de miseria, que encuentra su libertad en el espíritu.
(La cosa es que Sartre se afinca en la muerte de Dios desarrollado por Nietzsche para rescatar la libertad del hombre de las manos de un Dios creador inexistente y castrador. Entonces, la idea de un Jesús que ofrece libertad pelea frontalmente con la propuesta de Jean Paul).
La libertad… Tan abstracta que se escurre entre las manos. Sensación que se escapa en el día a día, en la cotidianidad más paralizante. Valor que huye del adulto como del espanto mismo. Anhelo de aquel que vive atrapado en un régimen que condiciona (término sartreano por excelencia) su vida y su destino. ¿Qué es la libertad?
Para mí la libertad es aquella que me permite ser y hacer lo que se me antoje, siempre y cuando respete los límites invisibles que la circundan. La libertad es aquello que sólo se goza cuando se ejerce en conjunto con otros valores, como el respeto, la dignidad y el derecho. La libertad es la que se experimenta cuando nos portamos bien, es el premio de quien la ejerce para provecho, no sólo propio, sino ajeno también. La libertad es la que se vive a plenitud, cuando podemos decidir con criterio, pero también con una actitud soñadora. La libertad es la que disfruta de la razón, pero también de lo que está más allá de esa razón. Es estar conscientes de los límites, sin que éstos te paralicen.
La libertad es la que se invoca cuando no se tiene. Es la que se defiende cuando ésta amenaza con desaparecer. Es la que se lucha cuando está en peligro. Pero la libertad está con quien huye y con quien se queda también. Porque es que cada quien tiene derecho a vivir su libertad bajo sus propios términos y a forjarla si ésta se antoja inatrapable. Aquí es donde Jean Paul y yo parece que nos encontramos, en un tete á tete que no se sostiene por mucho tiempo.
Aun así, ya los límites y los derechos ajenos cercenan la libertad Sartreana. Es así entonces que Jean Paul y yo parecemos estar a extremos imposibles de reconciliar.
El solo concepto de libertad me hace sonreír, soñar… ¡Quizás eso sí deba agradecérselo a Sartre!
Francis Helena Sánchez G.
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Una respuesta a «Condenados a la Libertad»
Hoy por hoy, la Libertad es un concepto individual, yo me siento Libre de pensamiento y determinadas decisiones. Solo me atan algunas situaciones que tienen más que ver con lo material, hasta un punto.