“Regresen al Señor su Dios, porque Él es misericordioso y compasivo, lento para enojarse y lleno de amor inagotable. Está deseoso de desistir y no de castigar”.
Joel 12:13
Mi madre solía castigarnos cuando nuestra conducta lo ameritaba. Eran castigos concertados civilizadamente con las partes involucradas, pues mi hermano y yo debíamos diseñar cada una de las partes de ese castigo, el tiempo de penitencia, y los derechos que perdíamos como consecuencia directa de nuestro mal comportamiento. La práctica hoy se me antoja demasiado sádica para niños pequeños, pero mamá creía firmemente que la participación activa del penitente hacía de la lección moral algo definitivamente más vívido e impactante.
En esos procesos aleccionadores, siempre perdíamos el derecho a ver la tele, lo que era una verdadera tortura porque El Chavo del 8, Candy Candy y Meteoro eran programas imperdibles para nosotros. Tampoco podíamos salir a jugar con nuestros amigos de la cuadra, y las salidas al cine los viernes en la tarde se suspendían hasta nuevo aviso. Estar castigados era un evento fastidioso y triste. Recuerdo que ponía mi vida de cuadritos. Al final del castigo, nuestra conducta se tornaba cauta y temerosa, pues era mucho lo que perdíamos en el proceso.
En esa negociación sádica, mamá siempre nos decía: “El padre que ama castiga”, y a mí eso me parecía tan falso y definitivamente complaciente con el egoísmo de ella. Yo siempre le gritaba: “Eso no es amor, no puede ser amor, la Biblia está equivocada”. Mi madre, incólume, procedía a buscar el versículo con las infames palabras. Yo estaba irremediablemente convencida que Dios mentía abiertamente… “Yo no soy tonta mamá. El amor no tiene nada que ver con el castigo, así éste sea justo”. Yo, siempre tan peleonera.
Lamento informar que mi madre tenía razón… El amor y el castigo son dos elementos que están íntimamente relacionados en la Biblia. Sí, parece contradictorio, inconsistente, pero nada más alejado de la realidad. La Palabra dice que todo padre que ama, castiga, porque quiere lo mejor para sus hijos… Muchas veces Dios se compara a sí mismo como un padre para Su amado pueblo Israel, y la nación se coloca en una posición de un niño de brazos, mimado y consciente de esos mimos y ese amor.
El punto focal de Joel es el “día del Señor”, el día que Dios pedirá cuentas a cada alma viviente. Es un evento de juicio terrible donde todos tendremos que justificar nuestras acciones, nuestras vidas. El libro tiene un mensaje de advertencia, un llamado de volver a Dios para evitar el inclemente juicio. Y, por supuesto, tal mensaje está cargado de esperanza porque, contrario a lo que pueda pensarse, Dios no es un Señor sádico, que castiga por castigar. Si Jehová puede evitar el castigo, mejor para Él. La idea es que el pueblo tome conciencia de su pecado y se vuelva de sus malos caminos.
Mamá aseguraba que eso es lo que ella buscaba también con sus castigos civilizados. Porque, si algo nos enseña Joel, es que el amor de Dios, y el de una madre, supera por mucho su sentido de justicia aleccionadora. Yo me imagino a Dios debatiéndose entre lo justo y el amor inconmensurable que le define de manera determinante.
El versículo central de Joel que más lo define dice que Dios está deseoso de desistir y no de castigar. Creo que esa es una de las características más hermosas de un padre, uno que sabe que el castigo es inevitable, pero que su amor se involucra con la justicia, al punto de comprometer seriamente su objetividad. Es que ahora sé que Dios no se equivoca. Él debe castigar porque, de otra manera, el pueblo no va a poder reconducir su camino recto a Dios.
¿Qué pasa si no castigamos a quienes amamos? Sencillamente no se aprende la lección, no se comprenden las consecuencias de las malas acciones, del pecado, pues. Cuando un padre no corrige, envía a su hijo a una vida dura, donde la persona piensa que se puede salir siempre con la suya, y donde la rectitud no es parte de la ecuación de la vida. Tener un alto concepto de lo bueno por encima de lo malo es el mejor regalo que un padre puede dar a sus hijos, más allá de herencias abundantes, que prometen una vida cómoda y segura.
“El día del Señor” es un concepto clave en los libros proféticos. Es esa certeza de que tendremos que comparecer ante Dios y rendir cuentas de cada uno de nuestros actos y del destino eterno de cada persona que cruzó caminos con nosotros en la vida. Ese día será duro, avergonzante, ya no habrá tiempo para echarse para atrás. Ya la gracia no estará allí para socorrernos, ya todo estará en nuestra contra. Es por eso que el libro de Joel hace un llamado urgente a volver a los caminos correctos, amparados por un amor divino que no quiere castigar, que más bien quiere recoger, aprojimar y proteger a todos en ese juicio tan duro.
Lo que Joel muestra de manera velada es que Dios ha orquestado un plan para que, a la hora del juicio, del día del Señor, tengamos a nuestro lado al mejor Abogado, por medio del cual Dios nos verá y nos hallará justos y aceptos para entrar en Su presencia. Sí, Jesucristo es ese Defensor que está dispuesto a defendernos y mostrarnos justos, gracias a Su Justicia.
¿Conoces ya a Jesús? ¿Estás preparado para ese día de juicio final? La esperanza propugnada por Joel nos dice que Dios no quiere castigar, sólo quiere recibirnos en sus brazos amorosos, confiados y seguros.
Mamá, ¿cómo haces para siempre tener la razón?
Una respuesta a «Joel: Regresen a su Señor»
Si me parece bien interesante el artículo, la verdad es q no tenemos ni idea del daño q hacemos a nuestros hijos cuando les permitimos todo.