“Dame pan, chorizos y cama, y te amaré mañana” Anónimo
Hospedar a alguien en casa es una virtud que he tenido que forzar y forjar en mí, porque realmente no disfruto tener gente en mi casa. Cuando hablo de gente, me refiero a quien no es mi familia. ¿Por qué soy así? Pues porque soy una neurótica del orden… Aún mi familia sabe que, si viene, tiene que cuidarse de mi mal humor. Lo sé, es horrible comportarse así, pero realmente no lo puedo evitar, supera mis fuerzas y mi deseo de servir y agradar. Pero, realmente he superado bastante este rasgo, y me he aventurado a hospedar algunas personas en casa, e inevitablemente éstas se han convertido en familia.
El hospedar, sea a un extranjero, a la familia o a los amigos es un valor bíblico de primera. Culturalmente hablando, hospedar en casa a quien venía de lejos era una obligación máxima en la antigüedad. Lo vemos en innumerables pasajes bíblicos: En el infame episodio del sacerdote y su concubina (al final del libro de Jueces), en la parábola del Buen Samaritano (en Lucas), e incluso en la búsqueda de María y José de un lugar en una posada, porque sus familiares no tenían espacio debido al censo. Al final, debieron quedarse en el establo de animales, ¿recuerdas?
3 Juan es una carta pequeñita (de sólo 15 versículos) que escribió el anciano Juan, entre otras cosas, para exaltar el valor de hospedar en casa a quien lo necesite. Es una carta personal dirigida a Gayo, a quien Juan dice “amar en la verdad”. Resulta que este Gayo se le reconoce por su fidelidad, primeramente, a la verdad, y luego, por su trato a quienes visitan “a causa del Nombre”. ¿Quiénes eran estas personas?
“El Nombre” es el término que se usaba muchas veces para referirse a quienes seguían las enseñanzas del Señor Jesús, después de su resurrección y ascensión. Estas personas eran predicadores ambulantes, quienes animados por el mandato de Mateo 28 de ir y predicar, viajaban itinerantemente esparciendo las Buenas Nuevas de Salvación. La empresa evangelista del primer siglo se benefició mucho del hospedaje en casa de hermanos en la fe. El anciano Juan reconoce el valor de abrir las casas a quien lo necesite, sabiendo que eran muchos los que andaban por esos caminos de Dios, hablando a todos del Señor Jesús.
Tal como lo indica la carta, Gayo era un creyente, líder, con excelente reputación y testimonio. Juan habla de su apego y práctica de la verdad, de su fidelidad, y de su amor. Y todas estas virtudes se traducen palpablemente en su servicio en cuanto a la hospitalidad. Para Juan, recibir un hermano en casa era prueba fehaciente de su fe, una fe práctica que se traduce en buenas obras, ¡en clara consonancia con Efesios y Santiago! En cuanto a buen testimonio, la carta también alaba el comportamiento de Demetrio, y Juan se apresura a recomendarle, por sus buenas obras. ¡Oye, recibir una recomendación por parte de Juan no es nada despreciable!
Pero, no todo es color de rosas, no. La carta también hace mención de un tal Diótrefes, pero no en los mejores términos. Tal parece que este señor le gustaba brillar como líder, ser el primero en todo, pero, a diferencia de Gayo y Demetrio, el comportamiento de Diótrefes dejaba mucho que desear… Él sencillamente no aceptaba a los apóstoles y a los evangelistas itinerantes y hablaba mal de todos ellos. No hospedaba a nadie en su casa y aupaba a otros creyentes a no hacerlo. ¡Qué joyita resultó ser este Diótrefes!
Lo interesante de leer la Biblia es que ésta no esconde nada… Cuando habla bien de la conducta de alguien lo hace alabando elocuentemente el comportamiento de esa persona. A ver, ¿qué personas encontramos con buena reputación en la Biblia? Abraham (¡por supuesto!), y sus hijos; David, a pesar de sus muchas fallas; Samuel, pero no así sus hijos; José (su comportamiento es impecable), Pablo (es impoluto), Juan El Bautista, Lidia, Dorcas, María (¡claro!), Gayo y Demetrio, y tantos otros… Al final de algunas de sus cartas, Pablo saluda a muchos creyentes, todos ellos han pasado a la historia como personas de buen testimonio.
Ahora, cuando alguna persona se comporta mal, pues la Biblia no es nada prudente, y no se guarda ningún detalle. ¿Personas infames en la Biblia? ¡Muchas! Caín, Goliat, Acab, Manasés, Nabucodonosor, Dalila (ésa debería encabezar la lista) Jezabel (¡y ésta!), Evodia y Síntique (¿por qué pelearían estas dos?), y Diótrefes, entre otros tantos. Estas personas entran al registro bíblico con conductas reprobables y testimonios nada alentadores. Pero, es que, en realidad la vida no es perfecta, y las personas que vivimos esas vidas tampoco lo somos.
La hospitalidad es un valor altamente emulable. En esta última carta de Juan, su autor ve el hospedar como un palpable acto de amor. ¡Y el amor es una constante imperdible en los escritos juaninos! Juan parece decirnos que el que ama hospeda, sirve al necesitado, alimenta al itinerante, abriga a quien lo necesite. Y, como bien me lo repite mi madre, no se requiere de un palacio y de una casa impecable y perfecta para hospedar. Lo único que necesitas es amor, disposición, apertura y deseo de agasajar y compartir.
Mamá es un ejemplo perfecto de alguien que hospeda con gozo y con libertad. Por años vi desfilar a innumerables personas de la familia de la fe por su casa. Lo primero que hacía era entregarles una llave, y abrirles el refrigerador. Ella nunca se esclavizó con nadie. Si ella cocinaba, compartía los alimentos con su huésped. Si el huésped cocinaba, mi madre se sentaba a la mesa con gozo, sin pena ni remordimientos. Muchos disfrutaron de esa hospitalidad fácil y amena. Ella no deja de aleccionarme en cuanto a las mieles que disfruta un buen anfitrión. Sin lugar a dudas, Pablo y Juan la habrían mencionado en una de sus cartas… “Seguid el ejemplo de Cristina. Mirad cómo sirve a los hermanos, con amplitud y amor”.
Es tanto lo que aún debo aprender y soltar… Las veces que he hospedado, he sentido ese gozo, y ese deseo de servir sin más. Juan me insta a ello. Para él, hospedar es amar. Y el amor es la prueba de conocer a Dios y de una fe genuina.
Francis Helena, vamos… ¡A hospedar se ha dicho!
2 respuestas a «3 Juan: Mi casa es tu casa»
Que reflexiones, que de recuerdos….cuántas empanadas disfrutadas en desayunos en la casa de mamá…cuántos almuerzos de domingo compartidos con amigos en la casa de Cristina de Sánchez…. cuya cocina siempre ha servido a propios y extraños…y en esta pandemia me viene a la mente: «nadie sabe lo que tiene…
Certifico lo expuesto sobre la hospitalidad de la hermana Cristina. Hospedadora, como dijeran los jóvenes, a tres tablas!!. Recuerdo en una oportunidad que hubo un evento magno en el campamento bautista de campo Carabobo y nos tocó cubrir el evento, ella por la parte de sus libros y yo por la comida con la cantina. Al cabo de un rato nos percatamos que no había cama pa tanta gente y mi ayudante y yo nos vimos las caras y dijimos: donde iremos a dormir nosotros. Pues salió la súper Cristina al rescate y acto seguido entregome las llaves de la librería (porque eso fue lo único que entregó) nosotros nos encargamos de conseguir las colchonetas para dormir en el piso de la librería. Definitivamente solo hay que tener la disposición y el amor para ser hospedador.
Siempre he escuchado decir a francis lo mismo, como autocrítica, de que no es hospedadora, pero te digo algo; tienes el perfil perfecto para serlo y reúnes todas las cualidades, dijera Roger, con peculiar acento maracucho: «viví con ella». Es broma Francis, solo esfuerzate y seras una gran hospedadora como tu madre. Dios te bendiga…